Etienne Balibar: "La condición de extranjero se define menos por el pasaporte que por el estatus precario"

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Entrevista de Catherine Portevin y Mathilde Blottière (En Télérama Horizons Abril de 2011)

"Cada sociedad fabrica su extranjero y cada una a su manera", escribe el sociólogo inglés Zygmunt Bauman, que a usted le gusta citar. ¿A quién se parece "nuestro" extranjero?

La lengua francesa se caracteriza por no disponer, para designar al "extranjero", más que un nombre, mientras que el alemán y el inglés tienen, por lo menos, dos. Lo que hace más difícil señalar las diferencias. Por ejemplo la que existe entre lo que en inglés se llama "foreigner" (que tiene otra nacionalidad) y el "stranger" (que es "otro"). Se podría añadir "alien" (el radicalmente diferente, a menudo monstruoso), término que reviste una cierta importancia en la coyuntura actual, con el que se presenta a menudo al extranjero como un enemigo. Cuando Bauman dice que toda sociedad fabrica sus propios extranjeros, piensa en el " stranger " es decir aquél que no es inmediatamente percibido como miembro de la comunidad. Esto plantea de inmediato a todas las cuestiones difíciles: ¿qué es una comunidad? ¿Desde qué punto de vista hay más diferencias con los que están en el exterior que con los que están en el interior? ¿Cuál es la naturaleza de la frontera que los separa?

"El extranjero es una figura ambivalente
que cristaliza afectos de atracción
y de repulsión, incluso de fascinación
y de odio. "

En otras palabras, ¿cómo se fabrica este "stranger "?

Puesto que la humanidad se organiza en comunidades, la representación que los hombres se hacen de sus similitudes y de sus diferencias se encarna en una figura de extranjeidad o " extranjereidad". Cambia continuamente de contenido, pero permanece una constante antropológica. Para que haya un "nosotros", es evidente que tiene que haber "otros". El extranjero es una figura ambivalente que cristaliza afectos de atracción y de repulsión, incluso de fascinación y de odio. "

¿"Nuestro" extranjero ha cambiado en los últimos tiempos?

La colonización y la descolonización han cambiado por completo el estatus de nacional y el del extranjero. Recuerdo cómo nos enseñaban la geografía en los años cincuenta. Era la época de la Unión Francesa, y la descolonización se hacía con dolor. Los maestros usaban grandes mapas en los que las regiones del mundo aparecían de acuerdo a su pertenencia a un determinado imperio colonial. Los territorios "franceses" estaban coloreados en rosa: el Hexágono (o la metrópoli) y luego toda la Francia de ultramar. La frontera de Francia, que la separaba del extranjero, era entonces doble: salías de la metrópoli, o salías del imperio francés. La existencia del imperio tenía como correlato una doble manera de ser identificado como nacional. Unos eran "ciudadanos", otros "sujetos". Todos eran "nacionales", pero no tenían ni los mismos derechos ni la misma dignidad. La descolonización ha terminado con esta situación sustituyéndola por otra, muy extraña, en la que se niega los lazos que ponen de manifiesto una historia común. Como si el antiguo colonizado o el colonizador fuera un extranjero en el sentido de otro, lo que no es cierto. Y cuando este antiguo colonizado tiene la mala ocurrencia de querer vivir en Francia o de trabar con los ciudadanos franceses lazos basados por una parte en esta historia compartida, es decir en las similitudes, se le echa en cara su diferencia, diciéndole: ¡no sólo no eres como nosotros, sino que eres el más diferente de todos. "foreigner", "stranger" e incluso "alien"!

Un alemán o un inglés o un polaco
no es extranjero en el sentido en que lo es
un argelino, un brasileño o un japonés.

¿La desaparición de las fronteras interiores en la Unión Europea no deja un poco en el aire esta distinción entre el "foreigner", y el "stranger"?

Estoy convencido de que la buena salud o el fracaso de las instituciones juega un papel fundamental en nuestro relación con en el extranjero. En este momento, estamos asistiendo a una crisis que pone en peligro la propia construcción europea. Sin embargo, hay oficialmente una ciudadanía europea. El resultado es este fenómeno paradójico, que también juega como una doble frontera o una doble condición de extranjero: un alemán o un inglés o un polaco no es extranjero en el sentido en que lo es un argelino, un brasileño o un japonés. La categoría estalla, y hay extranjeros en el sentido jurídico del término que son menos extranjeros que otros... y por lo tanto, otros que lo son más.

¿Cómo explica que los gitanos sean tratados como " más extranjeros que otros extranjeros", cuando legalmente forman parte del espacio europeo?

A lo largo de la historia europea plurisecular, los romaníes o los gitanos han formado una especie de comunidad a distancia, transfronteriza. Con los judíos, es una de las grandes minorías discriminadas en toda Europa. Desafortunadamente, la situación está evolucionando de nuevo en esta dirección. Y las nuevas persecuciones contra los gitanos, que han marcado la política francesa en 2010, tienen que ser rectificadas a nivel europeo. La aviso que la comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, dirigió a Francia sobre este tema, y que le valió una andanada de insultos, era un llamamiento a los europeos a ser conscientes colectivamente de los terribles peligros de la deriva racista en cada uno de los Estados miembros. Las pasiones xenófobas aumentan por doquier a favor de nacionalismos exacerbados, síntomas ellos mismos de la crisis económica y moral que atraviesa la Unión Europea en este momento. Los ingredientes eran los mismos en la década de 1930, aunque no todo sea comparable. Y nosotros, franceses, no debemos creernos inmunes por nuestro espíritu o nuestras tradiciones republicanas. Las políticas racistas afectan a los inmigrantes, a los musulmanes que no se visten como es debido... Buscamos chivos expiatorios en las comunidades que, por razones históricas, parecen simbolizar la alteridad inasimilable o irreductible. La construcción europea como proyecto democrático no sólo es debilitada por estas prácticas, sino que la cuestiona.

¿Hay que deducir de ello que gran parte de la opinión es racista, o bien que se ha institucionalizado el racismo?

Es una cuestión muy delicada. La historia nos enseña que no debemos subestimar la letalidad de los sentimientos xenófobos de masas. Cualquier ilusión en esta cuestión nos impide afrontar el problema políticamente. Por otro lado, no creo que los pueblos sean esencialmente xenófobos. Otros factores son decisivos. La economía en particular: la globalización capitalista precipita a fracciones crecientes de la clase obrera, y lo que se conoce en inglés como "middle class" en la inseguridad, el desempleo, o más generalmente en una condición social que desvaloriza a los individuos a sus propios ojos y alimenta el resentimiento. Al mismo tiempo, la arrogancia de los ricos, para quienes la crisis parece una ganga, alcanza proporciones sin precedentes. Y ninguna fuerza democrática parece querer o poder oponerse. ¿Cómo extrañarse de que las clases que votaban a la izquierda hace veinte o cuarenta años sean susceptibles de votar FN hoy en día? No debemos aceptarlo, pero no es abrumándoles con propaganda sobre los derechos humanos como revertiremos la situación. A esto se añade otro factor: que yo he denominado el síndrome de la impotencia del todopoderoso. En Francia, el Estado y la administración son "todo": pretenden proteger a los nacionales de problemas reales o imaginarios -la apertura del mercado mundial, las migraciones– para lo que no tienen soluciones. Entre los ciudadanos, esta incapacidad del Estado provoca una profunda angustia. Al reprimir abiertamente a grupos estigmatizados por motivos de raza, nacionalidad o religión, el Estado aporta a una parte de la población al menos el sentimiento de que sigue siendo privilegiada, a cubierto de los riesgos. Aquí es donde la consigna de la "preferencia nacional", revela todo su carácter nocivo. Pues este mecanismo crea la expectativa de que la alimenta. Los supuestamente preferentes, que no ven mejorar sus condiciones de vida o su futuro y el de sus hijos, sólo puede pedir más preferencia, o sea, más discriminación. Y hoy, esta demanda está ahí, no lo podemos negar. Sin embargo, podría ser contrarrestada por un auténtico proyecto de ciudadanía social, basada en los intereses comunes de todos, nacionales o extranjeros.

Tras haber sido reducida en Europa
por la conquista de derechos sociales,
la incertidumbre radical se vuelve a crear a
nuestro alrededor, bajo formas muy diversas

Usted emplea el término "proletarios en sentido estricto" para referirse a los trabajadores sin-papeles. ¿Qué quiere decir?

Es un guiño a mi vieja formación marxista... Lo que Marx quería decir por obreros= proletarios, es que su situación se caracteriza por el riesgo constante de perder su lugar en la sociedad y sus medios de subsistencia. Hoy la situación ha cambiado mucho. Tras haber sido reducida en Europa por la conquista de derechos sociales, la incertidumbre radical se vuelve a crear a nuestro alrededor, bajo formas muy diversas, y con una doble faceta. La de la migración: en Europa utilizamos trabajadores ultra-precarios, los supuestos clandestinos son el ejemplo más claro, la ilegalidad de su situación posibilita su superexplotación. Y la del empobrecimiento transgeneracional: un joven para quien las posibilidades de encontrar trabajo, por no hablar de una situación estable, son reducidas o nulas es también un proletario. Una de las condiciones de la prosperidad del capitalismo es, precisamente, destruir lo más posible los estatus fijos y garantizados. Estrictamente hablando, el proletario es aquel que no puede instalarse, que campa en la ciudad. Algunos son "nómadas" otros "sedentarios", pero todos están básicamente precarizados.

¿Se puede decir entonces, extrapolando, que se convierte a todos los precarios en “extranjeros”?

La burguesía que aún conservaba su dominio en la década de 1950 tenía objetivos políticos que pasaban por la construcción de una comunidad nacional, lo que implicaba compromisos sociales y una política cultural integradora. Hoy en día, a pesar de la retórica nacionalista, quienes están en el poder ya no razonan en estos términos. Los gestores y los especuladores no se molestan ya en negociar un compromiso social en su propio país, no les importa que la brecha se incremente entre los niveles de vida o que la educación de masas se esté desmoronando. Cuentan con la televisión "berlusconizada" para fabricar consensos.

En esas condiciones, se fabrican extranjeros del interior, al menos tanto como se controla a los del exterior. La condición de extranjero se define cada vez menos por el pasaporte y más por el estatus precario.

Usted propugna una "regulación democrática de los flujos migratorios". ¿Qué quiere decir?

Yo no creo en la utilidad de consignas como "¡Suprimamos las fronteras!" y "¡Libertad de circulación total!". La frontera es, como el ejército o la policía, una institución no democrática que acompaña paradójicamente a la soberanía popular. De ahí que la cuestión crucial es la naturaleza de los controles y quién los ejerce. En lo que concierne a la regulación de los flujos migratorios, corresponde al Estado o a la comunidad de los Estados establecer las condiciones de cruce de fronteras, pero sería necesario que los interesados, a ambos lados de la frontera, tuvieran voz en ello. Sin embargo, las autoridades de países como Francia, que no podría vivir sin mano de obra inmigrante se niegan a discutir con los Estados africanos o las asociaciones de migrantes las modalidades para la obtención de los visados o las políticas de inmigración. Sin embargo, sería conveniente organizar con ellos un estatus del migrante en el mundo del mañana. Sobre todo por el hecho, los economistas lo saben bien, de que el beneficio es mutuo, aunque el ajuste de las necesidades no es automático. Esto supone que todos los Estados del mundo y la opinión pública tomen conciencia del interés de esta cooperación, en lugar de abocarnos a situaciones de excepción. Eso es lo que yo llamo democratización: en primer lugar, el fin del unilateralismo.

Allí donde hay poderes,
es necesario que los ciudadanos intervengan.

En la Europa de hoy, ¿podemos esperar la aparición de una ciudadanía activa?

El ejercicio de la ciudadanía está en mal estado y no tengo ninguna receta mágica. Sólo dos ideas, aunque sean muy abstractas. La primera es que el grado de participación democrática no obedece a un principio de vasos comunicantes. El conferir poderes reales al Parlamento Europeo no tiene que suponer acabara la democracia regional o nacional. Por el contrario, la ciudadanía se pierde o se gana en todas partes a la vez. Allí donde hay poderes, es necesario que los ciudadanos intervengan, no sólo individualmente, sino si es posible como opinión pública organizada. Allí donde hay Estado, tiene que estar el pueblo.

Mi segunda idea es que la ciudadanía no es algo que se concede, sino que se construye colectivamente. Especialmente en los conflictos. Nuestra sociedad está minada por la violencia, la desconfianza y el antagonismo pero no sabe a aceptar los conflictos, organizarlos y negociar las salidas. También creo que hay formas de ciudadanía activa que consisten en desobedecer, como lo hacen los franceses que ayudan a los inmigrantes clandestinos perseguidos. Pertenezcan a movimientos o sean simples empleados, médicos, maestros y padres de familia, resisten en el sentido más noble y cívico del término. Como ciudadanos, les debemos y les deberemos mucho.

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