Jaime Vandor: “Mantengo la fe en el ser humano pero temo a la colectividad”

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Agirre Larreta, Anaitze

Jaime Vándor. Superviviente judío del Holocausto

Jaime Vándor o Helmut Jacques Vándor celebra todos los 2 de julio por partida doble. Un día como ése en la Budapest de 1944 la casa de al lado fue bombardeada. Ni él, ni su hermano ni su madre estaban en la casa estrellada en ese momento, lugares donde los nazis obligaban a vivir a los judíos. Otro 2 de julio, esta vez de 1917, su padre salvó la vida durante la Primera Guerra Mundial.

Afirma que el identificar la idea del Holocausto con los campos de exterminio no es correcto “puesto que en realidad gran parte del exterminio de los 6 millones de judíos ocurrió en otro lugar. Hay que interiorizar como víctimas a los centenares de miles de muertos en los guetos, en los campos de trabajos forzados, los que eran enviados a primera línea del frente a explotar minas. Todo eso y más es el Holocausto”.

Vándor, doctor en literatura, autor de numerosos artículos y ensayos, nació en Viena en 1933. Hijo de judío húngaro y judía vienesa. Su padre ya había sufrido el antisemitismo entre sus propios compañeros cuando sirvió en el ejército húngaro en la Gran Guerra, por lo que decidió no volver jamás a Hungría. Pero en 1939 Austria acoge con “entusiasmo” a Hitler y los Vándor deciden trasladarse a Budapest. Pensando que “la guerra sería breve, puesto que los dos bandos estaban muy armados” su padre decide esperarlos en Barcelona. Pasará el Holocausto en Budapest, separado de su padre al que conocerá a los 14 años.

Es así como se encuentra junto con su hermano y su madre en Budapest en una situación “difícil”. Su madre, hija de una familia acomodada fue “educada para casarse y de repente se encuentra sola y con dos hijos que mantener”. Rápidamente los dos niños adquieren un gran sentido de la responsabilidad puesto que sin la figura paterna en casa “éramos los hombres de la casa”. “Prácticamente nos educamos solos. Mi madre no conocía el idioma y nunca supo qué leíamos o qué nos decían los profesores”. Y así hasta 1944 en que Hungría se pone del lado nazi. “Poco nos enterábamos de la guerra salvo la ausencia de mi padre, las cartillas de racionamiento y la prohibición de estudiar latín y hacer cursos superiores de bachillerato” que impedían a los judíos llegar a la universidad. “Aparte de esto y hasta el 44 nuestra vida era normal”. Entonces la situación cambia. El ejército alemán ocupa Hungría ante la cercanía de las tropas soviéticas. “Todo el mundo de mi generación recuerda qué hizo aquel 19 de marzo”. Ese 19 de marzo de 1944 y ante la persecución que se avecinaba ofrecieron a la madre de Vándor acoger a los niños en un colegio cristiano, práctica común para tratar de salvar a los niños judíos, pero ella rechazó la oferta “por suerte porque los nazis descubrieron la estrategia de estos escondites”.

Comenzaron los bombardeos y cerraron las escuelas. El 5 de abril obligaron a todos los niños judíos a llevar la estrella amarilla “lo que me parecía sobre todo chusco, ignoraba las consecuencias, pero muchos niños que siempre habían figurado como cristianos llevaban la estrella. Cualquiera que tuviera un progenitor o abuelo (de los cuatro) judío debía llevarla. Esos niños educados como cristianos pasaron a ser judíos.

Comenzaron a aplicarse las leyes que los nazis imponían en todos los países conquistados. Leyes como la que prohibía a judíos, gitanos y perros sentarse en un jardín, o subir al tranvía. “ Cada día salía una ley nueva. En Budapest el 20% de la población era judía y lo hicieron poco a poco, para que la gente fuera aceptándolo”.

Empezó el hambre. Vándor recuerda perfectamente que en el piso de al lado un niño y un anciano murieron de inanición. En aquel momento fue enviado con una familia de campesinos cristianos que acogían niños judíos para alimentarlos y sobre todo “para hacerlos trabajar”. Contó lo sucedido, que la gente moría de hambre y “aquella mujer comenzó a gritarme diciendo que era mentira”. Ahí decidió que debía contar lo sucedido, “porque si a 200 kms. del lugar no lo creían, ¿qué ocurriría años más tarde?”

Luego vendrían el gueto y las deportaciones a los campos de exterminio. “De los 14 parientes que teníamos en Hungría13 murieron en Auschwitz”.

Aún hoy Jaime Vandor sigue dando cuenta del espanto. Porque “mientras pueda, considero que es una obligación dar testimonio”. “Dentro de 10 ó 15 años si alguien quiere documentarse tendrá que recurrir a documentales o libros que pueden ser todo lo verídicos que quieras pero no podrán hacer preguntas. Hay muchas maneras de interpretar las cosas y sólo los que hemos vivido eso sabemos concretamente que pasó.

Sobre su niñez en Budapest cuando pensaban que habían escapado a la guerra y que estaban por fin a salvo, cuenta que “vivíamos en el terror permanente de ser deportados”. Jaime Vándor. Esa sensación es muy difícil de describir con palabras. Una sobrina de 40 años una vez me dijo “un día me tienes que explicar qué es el hambre, porque yo nunca he pasado hambre y no sé lo que es”. Hay muchas cosas que no se pueden explicar, que no se dejan explicar. Lo mismo que no puedes explicar un olor. Pero hay diferencias entre cómo viven los adultos y cómo viven los niños. He analizado esto en profundidad y me consta que los adultos lo pasan peor. Porque los niños siempre tiene un modo de distraerse en un momento dado. Nosotros, por ejemplo, antes y después de los bombardeos jugábamos a las cartas o coleccionábamos sellos mientras que los mayores vivían obsesionados.

Si las vivencias de la niñez condicionan el resto de la vida, ¿cómo le han marcado a Ud.?

J.V. Eso también depende de cómo reaccionan las personas. Hay personas que tienen la mala suerte de reprimir lo vivido o intentar olvidarlo. He conocido personas que durante decenas de años se negaban a hablar de esto. Tengo un amigo recién fallecido que ha estado casado más de 40 años con su mujer y ella nunca supo lo que él había pasado porque él se negaba en redondo a hablar de aquello. Yo y mi hermano hemos tenido la suerte de poder hablar de eso siempre. Si no, eso te forma una especie de llaga por dentro y muchas veces acabas siendo carne de psiquiatra. Yo llevo los últimos 30 años, porque antes el tema era tabú en España, explicando y dando conferencias tanto sobre Holocausto en general, puesto que he sido profesor de historia en la universidad durante 45 años, como de mis propias vivencias. Y eso me ha ayudado mucho.

¿Tras esta experiencia, se pierde la confianza en el ser humano?

J.V. Siempre he intentado mantenerla aunque muchas veces cuesta. Basta con abrir el periódico y ver las cosas que pasan en el mundo, el fanatismo que domina tres cuartas partes de la humanidad, la corrupción, etc. Es para perder la fe en el género humano. Pero como por otra parte no se debe generalizar, yo sigo manteniéndola. Pero a modo individual, no en la colectividad. Creo que el ser humano en sí tiende a ser bueno pero el bien y el mal son inherentes a él y según las circunstancias uno se inclina hacia un lado o a otro. Hay que estar siempre alerta para que predomine el bien. Esto en parte depende de la naturaleza, pero sobre todo depende de la educación que se recibe y del medio ambiente; depende muchísimo de la prensa, de la televisión, de la situación económica de un país. Cuando la situación económica baja empiezan a predominar ideas totalitarias, negativas y la gente se deja llevar. Yo temo a la colectividad. Según las circunstancias cualquiera de nosotros puede inclinarse hacia el mal.

Ahora vivimos una profunda crisis económica. ¿Cosas parecidas pueden repetirse?

J.V. Siempre digo que todo lo que ha ocurrido alguna vez en la historia puede volver a suceder. Todos los ismos pueden cambiar de ideología pero el resultado del fanatismo y de la violencia siempre es igual. En este momento el racismo no se puede volver a repetir de forma inmediata porque estamos un poco inmunizados por lo que ha pasado. Sin embargo después del Holocausto ha habido genocidios, incluso en Europa. Basta con pensar en lo que pasó en Yugoslavia. Ahí están África o el régimen militar de Argentina que también ha sido un intento de genocidio.

¿Qué piensa sobre la situación que viven las personas inmigrantes en nuestra sociedad, donde no son ciudadanos de pleno derecho?

J.V. No lo son y me temo que eso va a empeorar. A medida que tengamos más personas de fuera y sobre todo si la situación económica no mejora, enseguida se les echará la culpa. Que si hay paro es porque viene gente de fuera y ese tipo de cosas. Esa pobre gente está pasando hambre en sus países y aunque a veces aquí siguen pasando hambre de alguna manera están protegidos; en este país pueden ir a un hospital aunque no tengan papeles. Si no fuera por la desesperación no cogerían las pateras pero a medida que aumente la población, y eso es irremediable, me temo que la xenofobia va a aumentar. Por eso hay que luchar a todas horas y hay que empezar a luchar desde los 10 años. Yo doy conferencias a gente de entre 14 y 18 años. No sabría cómo explicar las cosas a un niño de 10 años sin traumatizarlo pero la casa Sefarad elabora una metodología sobre qué se puede contar a cada edad sin hacer daño y mentalizar al niño para que sea contrario a la intolerancia, a la violencia y favorable al pluralismo.

¿El sistema democrático es garantía de algo?

J.V. Se ha dicho muchas veces que el sistema democrático es el mejor sistema dentro de los malos sistemas existentes. No se ha encontrado un sistema mejor. Sin embargo yo tengo la esperanza de que se invente algo mejor. Las democracias no son iguales en todos los países. No es lo mismo votar a un partido y que luego hagan lo que quieran que votar a personas determinadas de las que te fías. Tampoco te puedes fiar del pueblo absolutamente. Estamos viendo en todas partes cómo gente, incluso cultivada, como en Italia, están votando a personas que no lo merecen.

Ahí los medios de comunicación juegan un papel estratégico.

J.V. Eso es lo que pasa con Berlusconi. Que no merece en absoluto estar donde está y lo consigue todo para que sus diversos delitos no sean juzgados por la ley. Y la gente lo sigue votando. Hay un discurso populista y demagógico que la gente sencilla, pero no sólo, asimila con facilidad o ponen fe en cosas que no deben.

¿Cómo se vive sin amargura y sin rencor? ¿Cómo se supera esto para no ser por siempre una víctima?

J.V. Supongo que en eso hay mucho de innato. En mi casa siempre hemos sido muy tolerantes y supongo que esto lo he heredado de mis padres. Con todo, creo que hay que poner voluntad para ello. Hay que tener conciencia de que el odio y la amargura perjudican a uno mismo. Una persona amargada o que guarda rencor no puede vivir feliz. Yo a los alemanes en general no les guardo rencor. No es la misma generación, han recibido otra educación, viven en otro ambiente, la política de la Alemania occidental ha sido muy valiente en este sentido. Por otro lado, he estado toda la vida obsesionado por el bien y por el mal, mi tesis doctoral fue sobre el personaje bueno en la literatura universal, bueno en el grado máximo, bueno hasta tal punto que este hombre se perjudica bastante en la vida a sí mismo o porque es demasiado sincero, o porque lo da todo en contra de la voluntad de su familia. Es un estudio que abarca desde la Biblia y Homero hasta nuestros días. Y hay mucha labor por hacer.

¿Hay algo que le indica que puede volver a ocurrir algo parecido?

J.V. Aún hay que seguir enseñando. Cualquiera que lea la historia ve que en todas las épocas ha habido barbaries, matanzas, guerras. La mayoría de las guerras han sido ocasionadas por razones ideológicas, unas religiones que combaten a otras, guerras por llegar al poder donde la ideología no es más que una excusa. Los ismos hacen mucho daño. Todo lo que es verdad única hace daño. Hace poco he leído un estudio donde dice que en los últimos cuatro mil años ha habido sólo 350 años sin guerra.

¿Y cuáles son las cosas que le devuelven la esperanza y que le indican que esto ya pasó?

J.V. Yo nunca pienso que esto ya pasó. Siempre pienso que todo es presente. Pero cuando ves la cantidad de gente que trabaja en favor de los demás de una manera desinteresada aunque sea minoría, tienes esperanza. En el mismo Holocausto hubo los llamados Justos de las naciones, que son nombrados por el Museo del Holocausto de Jerusalem. Aquellos no judíos que con riesgo para su vida salvaron a judíos en la época del Holocausto. Actualmente se conocen 22.000 pero pudo haber bastantes más que nunca lo han contado y que nunca sabremos. En esos hay que poner la esperanza. Es decir, el bien también existe. En todo momento.

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