Cultura y diferencias culturales: su relevancia para la interación intercultural y la adaptación de los inmigrantes

Cultura y diferencias culturales: su relevancia para la interacción intercultural y la adaptación de los inmigrantes

Darío Páez y Anna Zlóbina

I. Los caminos de la inserción de los extranjeros en la sociedad anfitriona

La inmigración es un proceso complejo que supone muchos retos a afrontar tanto para los inmigrantes como para la sociedad de acogida. La sociedad receptora tiene que encontrar el mejor modo de incorporar sus nuevos integrantes y saber manejar las diferencias culturales, religiosas y de organización social que traen consigo las personas extranjeras. Por su parte, los inmigrantes pasan por un largo proceso de aculturación.
La aculturación se ha definido clásicamente como «los fenómenos que resultan
de un contacto directo continuo entre grupos que tienen culturas diferentes, con los consiguientes cambios en los patrones culturales de uno o ambos grupos» (Redfield, Linton & Herskovits, 1936).
En el caso de los inmigrantes, este proceso consiste en modificaciones en sus patrones de conducta, en su identidad etnocultural o su sentido subjetivo de pertenencia y todos los demás cambios producidos por el hecho de vivir en un país distinto del propio de origen donde además, los inmigrantes representan una minoría con menor poder y estatus que los autóctonos.
Por ejemplo, Blanco (2000) diferencia cinco áreas donde se producen los cambios originados por la migración para las personas y los grupos:

a)Demográfica: un cambio en las pautas de fecundidad concretamente, una disminución de natalidad y acercamiento a las tasas de la sociedad receptora;

b)Económica: mejora de las condiciones de vida en lo referente al nivel de ingresos por un lado, pero también inestabilidad y precariedad laboral al mismo tiempo;

c)Social: resocialización en el nuevo entorno y procesos de discriminación social;

d)Identitaria y Cultural: pérdida de identidad, alienación, vivencia en un entorno cultural más igualitario en el caso de las mujeres.

Si bien es cierto que cuando dos culturas entran en contacto experimentan cambios e influencias mutuas, la tendencia general es a que exista la desigualdad en la magnitud de dichas modificaciones e influencias, y que una cultura tenga más poder y dominancia sobre la otra, lo que posibilita el poder llegar a diferenciar entre una cultura dominante y su relación con el conjunto de grupos minoritarios no dominantes. Esto no quiere decir que el grupo dominante no perciba los cambios durante el contacto ya que, realmente, la aculturación supone a menudo el crecimiento de la población, una mayor diversidad cultural, la fragmentación social, y la aparición de reacciones negativas (prejuicio, discriminación, racismo) y cambios socio-políticos. Sin embargo, el impacto de la aculturación será más fuerte sobre los grupos minoritarios, los cuales se transformarán durante el contacto, conduciendo este hecho a la modificación de los rasgos que les definen culturalmente y que serán, por tanto, diferentes a los que poseían previamente al acercamiento.
Uno de los ejes centrales del debate cívico, ideológico, político y también personal son las formas más adecuadas de la convivencia. Se han propuesto varios modelos para lograr un equilibrio armonioso entre las posturas de la sociedad anfitriona y sus nuevos integrantes.
Al inicio se pensaba que la adaptación de los inmigrantes al país de acogida seguía una lógica lineal que se describiría mejor como un alejamiento paulatino de la cultura y el grupo de origen y el acercamiento a la sociedad anfitriona. El resultado final de este proceso consistiría en la asimilación completa de los individuos que en una determinada etapa no se distinguirían en absoluto de los autóctonos. Los grupos culturales en este caso perderían su distintividad cultural y se disolverían en la sociedad que les rodea.
De hecho, la asimilación se ha definido como “un proceso de interpenetración y fusión mediante el cual las personas o grupos adquieren las memorias, sentimientos y actitudes de otras personas o grupos” (Park y Burguess, citados en Sayegh & Lasry; 1993, pág. 99).
Varios países como Estados Unidos, Francia, Israel o Finlandia han intentado implantar este modelo en sus políticas de inmigración tanto a nivel más global, ideológico como a nivel de las acciones más concretas. Por ejemplo, el famoso modelo de «melting pot» norteamericano partía del supuesto que una vez pisado el suelo de Estados Unidos, sus nuevos ciudadanos se convertirían inevitablemente en norteamericanos típicos y no diferentes de los demás.
La práctica histórica ha demostrado que tal hecho no se producía siempre. Los ghettos étnicos –donde se mantiene e incluso se acentúa más que en los países de origen la cultura latina, asiática o la de Europa del Este- son un fenómeno inherente a la sociedad americana. Asimismo, la segregación racial, si bien oficialmente se ha derogado, persiste en realidad dividiendo de forma drástica la sociedad. Por ejemplo, según el Censo nacional, en 1992 sólo un 1,2% de las mujeres negras estaban casadas con hombres blancos (Todd, 1996).
Sin embargo, también existen datos que confirman que la segunda y tercera generación de los inmigrantes europeos del norte y sur perdían el idioma materno, ascendiendo socialmente y asimilando los valores individualistas del país receptor. Además, se ha planteado que una baja vitalidad del grupo etnocultural (pocos miembros del grupo, redes sociales débiles y status bajo de su cultura) predicen actitudes de asimilación (Berry, 2003). Por otra parte, las inmigraciones de gran similitud cultural y peso demográfico, como la alemana en EE.UU. o la castellana en la CAV, muestran la paradoja de ser “invisibles”, es decir, masivas pero con una disgregación social y espacial que hace que se disuelvan en la cultura de acogida (Blanco, 2000).
A favor de este modelo existen también argumentos de tipo psicosocial: se sabe que la similitud de actitudes se asocia a la atracción y que la percepción de diferencias provoca rivalidad y conflicto. Por tanto, cuanto más se asemejen los inmigrantes a los miembros de la cultura dominante en sus conductas, actitudes y tradiciones, más fácil será la interacción.
Sin embargo, también hay elementos que cuestionan el carácter genéricamente adaptativo y funcional de asimilación. Primero, muchas veces el contacto es asimétrico entre inmigrantes y nativos, gozando los primeros de menor estatus. Segundo, aunque haya contacto frecuente en el área laboral, la cooperación en este ámbito no se generaliza a otros: se puede trabajar en un clima de igualdad en la mina, y fuera de ella mantener conductas de discriminación entre negros y blancos, por ejemplo.
En el mismo sentido, se pueden tener relaciones íntimas con unas personas de otro grupo o inmigrantes y no generalizar esta buena relación hacia el grupo en general (Moghaddam, 1998). Adicionalmente, el grado de homogeneidad de las naciones no ha mostrado ser un predictor de su bienestar subjetivo es decir, a nivel colectivo una alta homogeneidad interna de una nación no asegura que ésta tenga un mejor clima emocional (Diener, 1996).
La experiencia de los países con una prolongada convivencia cultural no sólo ha mostrado que la asimilación no es el único resultado posible sino ha constatado también que para la mayor parte de las personas extranjeras y las minorías etnoculturales es importante y valioso preservar su herencia cultural. Por tanto, los desarrollos actuales sobre los caminos de la inserción de los inmigrantes en la sociedad de acogida consideran dos dimensiones independientes: la orientación hacia la cultura y la nación de origen y paralelamente, la orientación hacia la sociedad receptora. La primera de ellas hace referencia a si la persona considera importante conservar su identidad y características culturales. La segunda, a si tiene una postura abierta o cerrada con relación al contacto intercultural con los otros grupos de la sociedad de acogida y también sobre la adopción de las costumbres, creencias y tradiciones de la cultura de acogida.
De la combinación de estas dos dimensiones surgen cuatro estrategias o modos de inserción de los inmigrantes o las minorías etnoculturales a su nuevo entorno popularizada por el psicólogo transcultural canadiense John Berry (1998). Berry propuso estudiar las cuatro estrategias de aculturación, separación, integración, asimilación, marginalización, y lo planteaba como alternativa al modelo lineal de aculturación.
Primero, la asimilación es el caso en que se responde negativamente al deseo de mantener la identidad cultural y afirmativamente al acercamiento a la sociedad anfitriona. Su consecuencia es la asimilación. Desde el punto de vista de la Teoría de la Identidad Social es una estrategia de abandono del grupo de pertenencia y de movilidad individual. A nivel de la identidad, las personas empiezan a sentirse parte de la nación anfitriona. Por ejemplo, cuando se les pregunta ¿de dónde eres?, la respuesta sería “de aquí” o “soy vasco (americano, francés, español, etc.)” o incluso “soy de Bilbao”. A nivel de las conductas, las personas intentan adoptar el estilo del habla local, aprender bien el idioma y se esfuerzan en hablarlo sin acento, incorporan las costumbres locales en su vida diaria y tratan en su mayoría con los autóctonos. Es el caso de “deslealtad” cultural ya que la persona abandona su grupo de origen, tiene poco contacto con sus compatriotas (y tampoco lo desea) y no se interesa en preservar los rasgos distintivos de su cultura de origen.
Segundo, la separación es el caso contrario a la asimilación. Aquí las personas responden afirmativamente al mantenimiento de la identidad cultural y negativamente al contacto intercultural. Se rechaza la nueva cultura y los contactos con sus integrantes son los mínimos necesarios. A nivel de identidad cultural la pertenencia a la nación de origen es la predominante («soy colombiano, claro está»), las personas preservan su lenguaje materno o el estilo del habla característico de su grupo, se relacionan intensamente con sus compatriotas mientras que aprenden poco del idioma, costumbres o hábitos de la sociedad receptora.
Tercero, la integración es el caso en que se responde afirmativamente al deseo de mantener la identidad cultural y afirmativamente al contacto intercultural. Esta estrategia se asocia a una identidad bicultural donde como en el caso de las personas bilingües, conviven dos códigos o pautas culturales («soy vasco-bereber» «soy de aquí y también de Senegal»). A nivel de conductas son las personas que intentan encontrar espacio en su vida para ambas pertenencias grupales (tener amigos tanto marroquíes como vascos) y culturales (escuchar la música, celebrar las fiestas o comer comida de ambos países). Al mismo tiempo, dentro de biculturalismo se han diferenciado varios modelos que por ejemplo, pueden ser de tipo alternante (depende con quién o dónde) o sumativo (mezcla creativa de ambas pertenencias).
Por último, la marginalización corresponde al rechazo de la identidad cultural de origen y también de la de acogida. Dentro de esta estrategia hay que diferenciar dos grupos. Los que no se identifican con ninguna cultura y están cercanos a un estado de anomia y alienación, de exclusión social, serían los verdaderamente «marginados», y los que manifiestan poco interés general en sus pertenencias grupales y basan su identidad personal en otros aspectos (soy jurista, escritor, madre de familia, etc.) pero normalmente tienen una movilidad social ascendente son los «cosmopolitas» o «individualistas endurecidos». Estos últimos en realidad llevan a cabo una movilidad individual basados en los valores genéricos de la sociedad industrial y la ética protestante.
En primer lugar, el examen de los resultados de numerosas investigaciones evidencia que la estrategia de aculturación preferida es la de integración (Berry, 2003; Sabatier & Berry, 1996; Smith & Bond, 1998; Ward y cols., 2001), resultado que se ha encontrado tanto en muestras de adultos (Krishnan & Berry, 1992) como para adolescentes (Sam, 1995), en estudios realizados en sociedades multiculturales, como Canadá (Berry y cols., 1989) y en sociedades relativamente más mono-culturales como Japón (Patridge, 1988). Aún así, una de las excepciones más frecuentes es la que se encuentra en el caso de los turcos, tanto en los que viven en Alemania (Piontkowski, Florack, Hoelker & Obdrzalek, 2000) como en los que poseen un bajo estatus socioeconómico en Canadá (Berry & Ataca, 2000), ya que ambos prefieren la separación.
Sin embargo, se encontrarán diferencias en función de las características de las poblaciones en estudio si se considera la preferencia por una segunda estrategia de aculturación. Por ejemplo, aunque varios estudios del equipo de J. Berry en Canadá han confirmado la preferencia general por la integración, se ha mostrado que si bien los húngaros de primera generación optaban por la separación como segunda estrategia, los de segunda generación elegían la asimilación (Berry y cols., 1989).
Por otra parte, la separación también era la estrategia preferida en un segundo lugar por los occidentales en Japón y los inmigrantes provenientes del Tercer Mundo en Noruega (Partridge, 1988; Sam, 1995). Curiosamente, los adolescentes portugueses residentes en Francia elegían, después de la integración, la marginalización como segunda estrategia, siendo la asimilación la que menos deseaban (Neto, 1993).
Varios autores también han sugerido que la evolución de la aculturación va a variar en función del ámbito de la vida de las personas y que, por tanto, las estrategias de aculturación serán distintas dependiendo de las diversas áreas. A este respecto, de manera general se suele diferenciar entre el ámbito público (funcional, utilitario) y el privado (social, emocional, valórico).
En el contexto español, una investigación realizada en Almería (Navas y cols., 2004) ha estudiado las estrategias (conductas y actitudes) de aculturación de los inmigrantes magrebíes y subsaharianos que habían participado en el estudio.
En primer lugar, se ha constatado que los elementos más centrales de aculturación psicológica de los inmigrantes se refieren a los aspectos más privados como las formas de pensar, los principios, los valores, las creencias religiosas o las relaciones familiares y sociales, mientras que los aspectos referentes al sistema político y de gobierno, el ámbito tecnológico y laboral, los hábitos de consumo y económicos forman el ámbito más periférico.
Segundo, la diferenciación por ámbitos muestra que tanto las conductas como las actitudes de aculturación varían considerablemente, siendo la asimilación y en menor medida, la integración las estrategias escogidas por los inmigrantes para los aspectos más periféricos de su vida en el país de acogida, mientras que la separación es la opción que más frecuentemente se prefiere en la esfera privada.
Además, un análisis detallado ha indicado aquellos ámbitos donde el deseo y la realidad no coincidían: si bien la mayoría de los inmigrantes elegía la integración como una estrategia deseada en las relaciones sociales, su conducta actual correspondía a la separación. De esta forma, pueden ser detectados aquellos aspectos de la adaptación de las personas extranjeras a su nuevo entorno que son fuentes potenciales de mejora o de dificultades.
La investigación descrita aporta una información valiosa sobre las diferencias entre los dos colectivos estudiados en sus actitudes y las estrategias de aculturación. Así, en el plano de las actitudes con respecto a su vida en España, los inmigrantes magrebíes prefieren más la integración, mientras que los subsaharianos oscilan entre esta opción y la asimilación.
Por otro lado, la comparación de las actitudes de estos dos grupos etnoculturales con las expectativas de los autóctonos, evidencia que existe una mayor demanda al colectivo magrebí comparado con el subsahariano, a renunciar a su lealtad cultural, observándose así una mayor congruencia entre las actitudes de estos últimos y las expectativas de los españoles, mientras que en el caso de los magrebíes se manifiesta una mayor tensión.
Asimismo, los datos de esta investigación muestran que curiosamente, los españoles se sienten más cercanos culturalmente a los africanos subsaharianos que a los magrebíes, mientras que la percepción de los propios inmigrantes ha sido justo la contraria. Similarmente, el grado de prejuicio hacia las personas magrebíes entre los autóctonos es más alto que hacia los subsaharianos.
En resumen, este estudio ha puesto de manifiesto que las actitudes y las estrategias preferidas por los grupos aculturativos no siempre coinciden con los de la sociedad receptora: si bien en determinados ámbitos se produce una correspondencia de dichas actitudes y estrategias, en otros, las relaciones entre las intenciones y conductas de los integrantes del grupo minoritario contradicen las expectativas que se comparten en la sociedad dominante.

II. Choque cultural

Otro aspecto de la convivencia en un país pluricultural es el encuentro que se produce entre dos culturas distintas.
Para los miembros del país de acogida aquello supone acostumbrarse a convivir con la diversidad que traen consigo las personas de otros países. Sus formas de actuar, pensar, sentir a menudo no son las mismas. Pueden llegar a ser difíciles de entender o aceptar, rompen la relativa homogeneidad cultural e incluso pueden producir la sensación de que la identidad cultural o étnica propia está bajo amenaza. Así, uno de los retos para la población de acogida es tolerar y aprender a manejar la incertidumbre y el pluralismo cultural que produce la llegada de los inmigrantes extranjeros.
A su vez, las personas que realizan la inmigración se ven rodeadas de normas, valores y costumbres que no les son familiares. Aquello que hasta ahora veían como la forma correcta de ver el mundo y actuar en él, se contrasta con otra realidad distinta. Entonces surge la necesidad de hacer frente a la situación que, por un lado, cuestiona lo que los individuos habían aprendido y valorado durante toda su vida y, por el otro, exige adquirir nuevos conocimientos y habilidades para actuar competentemente en la sociedad anfitriona. Estos últimos pueden ser en algunos aspectos bastante opuestos a la cultura de origen de los inmigrantes y además, no están presentes de forma explícita en la cultura de acogida.
Los conocimientos y los códigos culturales, cuál es el modo correcto de actuar en una situación, cómo hay que interpretarla, etc., no están recogidos en ningún manual y suelen estar implícitos en las situaciones. Es una parte de la cultura que se comparte pero no se es plenamente consciente de su contenido. Por lo tanto, los miembros de otras culturas tienen que descubrir y comprenderla de modo ensayo-error, lo que conlleva el riesgo de malos entendidos y sufrimiento.
El contacto intercultural puede suponer un choque entre distintos valores, creencias, normas y formas de actuar que poseen miembros de dos culturas diferentes. Este choque cultural se ha definido como el estado general de depresión, frustración y desorientación de la gente que vive en una nueva cultura (Oberg, 1961). Se manifiesta en el darse cuenta de las diferencias que existen entre culturas, acompañado de sorpresa, ansiedad, indignación o alteración.
La inmigración supone también un duelo para las personas que emigran. Tienen que afrontar las múltiples pérdidas que ocasiona el no estar en su propio país. La pérdida de referentes culturales es una de ellas (Achotegui, 2002).
Se produce un sentimiento de impotencia debido a la incapacidad de actuar competentemente en la nueva cultura, a la confusión sobre los roles, sobre la identidad étnico-cultural propia y las expectativas de conducta (Taft, 1977).
Otro fenómeno asociado es la tensión o fatiga cultural provocada por el esfuerzo continuo de adaptarse, una sobrecarga cognitiva debida a la necesidad de operar permanentemente de forma consiente y voluntaria ajustándose a una nueva sociedad. Todo ello puede llevar a problemas de salud psicológicos, somáticos y de relación social (Smith y Bond, 1993). Así, el choque cultural conlleva el darse cuenta de las diferencias existentes, sentirse impactado por ello y hacer frente a las dificultades que surgen.
La aproximación sistemática al fenómeno del choque cultural exige que se establezca una base sólida de análisis y comparación. Sin duda, el concepto de cultura es fundamental para entender las diferencias entre las personas que provienen de distintos países y las dificultades que surgen en su proceso de adaptación a un nuevo entorno.

III. Cultura, concepto clave: diferencias culturales en valores

La teoría de las dimensiones culturales de G. Hofstede

Una de las teorías más influyentes es la teoría de las dimensiones culturales de Hofstede (1991, 2001). Definió la cultura como la programación cultural de la mente que diferencia a un grupo de otro. Identificó cuatro dimensiones a través de las cuales pueden ordenarse los valores dominantes y pueden catalogarse y analizarse las culturas.
Estas dimensiones corresponden a los cuatro temas a resolver básicos para cada sociedad según Inkeles y Levinson (1969):

1) la relación con la autoridad–dimensión Distancia Jerárquica;

2) la concepción del yo o de la persona lo que incluye la relación entre la persona y la sociedad, dimensión Individualismo versus Colectivismo;

3) la concepción de la masculinidad y feminidad, dimensión Masculinidad versus Feminidad;

4) los conflictos y su resolución (expresión versus inhibición de las emociones, incluyendo el control de la agresión), dimensión Evitación de la Incertidumbre.

Las dimensiones descritas por Hofstede, sobre todo las tres primeras, han mostrado estabilidad y validez en las investigaciones transculturales (Hofstede, 2001; Smith y Bond, 1999). De ellas pueden inferirse los síndromes culturales supuestamente universales que tienen poder explicativo para responder a la pregunta en qué y por qué una cultura se diferencia de la otra.
La primera dimensión Individualismo-Colectivismo trata sobre el fenómeno que en los últimos años ha atraído mucho interés, el de la relación entre el individuo y su grupo.
Esta dimensión describe un continuo entre unas relaciones sociales voluntarias donde el individuo prioriza sus propios objetivos e intereses, y unas relaciones de dependencia cuando la pertenencia al grupo (a menudo, clan o la familia extensa) es muy relevante y apreciada.
Según diversos autores, el ‘Individualismo’ es un conjunto de creencias, valores y prácticas culturales en el que los intereses individuales predominan sobre los grupales. De forma opuesta, el ‘Colectivismo’ como síndrome cultural, se asocia a una dependencia de las personas con respecto a los grupos.
En las culturas individualistas se enfatizan la independencia, la autonomía, la distinción y la autosuficiencia. Se fomentan las creencias, los valores y las conductas que ponen en primer lugar los intereses del individuo. Las personas prefieren actuar de una forma independiente y preocuparse sobre todo por ellas mismas y sus parientes más cercanos.
Los individualistas pertenecen a muchos grupos estableciendo unas relaciones bastante superficiales y transitorias, excepto la familia nuclear se identifican poco con estos grupos que se abandonan cuando el coste empieza a ser demasiado alto. Los grupos a su vez tienen poca influencia sobre los individuos (Ward, Bochner y Furnham, 2001). Se admiten las discusiones y la confrontación directa dentro del grupo. Las normas sociales potencian la independencia; por ejemplo, no es habitual que se pida dinero o cosas prestadas (Stefanenko, 1999).
En cambio, las culturas colectivistas se caracterizan por las relaciones de interdependencia, cooperación y una red social extensa y bien cohesionada, donde los miembros se apoyan mutuamente, se preocupan por cómo sus decisiones y sus actos pueden afectar al grupo y están más involucrados en la vida de los demás (Ward y cols., 2001).
En las culturas colectivistas se valoran las tradiciones, la obediencia a las normas grupales y el sentimiento del deber, que garantizan la preservación del grupo, la interdependencia de sus miembros y las relaciones armoniosas. Generalmente, los colectivistas tienden a tener un número limitado de relaciones pero éstas son muy cercanas e íntimas, se consideran muy valiosas y pueden mantenerse incluso a un precio muy alto.
Además, los colectivistas hacen una distinción más marcada entre los miembros del propio grupo y los demás, siendo más benévolos con los suyos y más hostiles y distantes con los de fuera que los individualistas (Gudykunst, Yoon y Nishida, 1987). Así, los rusos, supuestamente colectivistas, se percibían por los observadores extranjeros como más brutos y fríos que los norteamericanos o europeos del oeste cuando estaban en los lugares públicos. Sin embargo, los mismos observadores enfatizaban la calidez en las relaciones dentro del propio grupo y una importancia extraordinaria atribuida a los amigos y la amistad en general (Stefanenko, 1999).
La clasificación Individualismo versus Colectivismo y la descripción de estos síndromes culturales no deben entenderse como una explicación culturalista homogeneizadora: se ha demostrado que los valores individualistas y colectivistas pueden coexistir en la misma cultura y se activan según la situación. Así, los miembros de las culturas colectivistas pueden actuar de una forma muy individualista cuando tratan con las personas que no son miembros del propio grupo. Por lo tanto, tratando de explicar el comportamiento en las culturas colectivistas es importante tener en cuenta en qué escenario social se realiza la interacción y quiénes son “los otros” (Stefanenko, 1999).
El valor cultural asociado al colectivismo y típico de América Latina es el de familismo, que conlleva una fuerte identificación y vinculación de las personas con su familia nuclear y extensa, así como fuertes sentimientos de lealtad, reciprocidad y solidaridad entre los miembros de la misma familia (Triandis, Marín, Betancourt, Lisansky y Chang, 1982; citado en Marín y VanOss, 1991). El familismo también se manifiesta en relaciones cercanas y en la implicación con los miembros de la familia extensa, que puede estar compuesta por personas con relaciones de sangre o por familiares “ficticios” (compadres o comadres; amigos cercanos de la familia a los que se les da el status de parientes) que es una categoría especial de relaciones familiares que existe entre los latinos y en otras culturas colectivistas (Marín y VanOss, 1991).

La segunda dimensión, Distancia Jerárquica, hace referencia a la legitimidad que se da por parte de los miembros de los grupos menos poderosos a las desigualdades de poder, hasta qué punto la distancia a la autoridad es mantenida y vista como algo natural.
Las culturas con alta distancia de poder valoran la jerarquía social y el respeto a la autoridad y a los representantes del poder (por ejemplo, los ricos, la gente de estatus social alto, los ancianos), valoran la conformidad y obediencia así como apoyan actitudes autocráticas y autoritarias.
Se ha demostrado que en las culturas latinoamericanas un escenario típico asociado en parte a esta dimensión es el de la dignidad y el respeto. Las críticas, el tuteo se perciben como falta de respeto a la persona. Comparando con los países anglosajones el trato diferencial es más valorado (Páez y cols., 2000).
Según Hofstede, las culturas con alta distancia jerárquica enfatizan las relaciones de poder en todos los ámbitos, desde la familia donde los padres enseñan a sus hijos a obedecer y tratar a los adultos y mayores con respeto, la escuela donde los profesores son gurús que toman iniciativa y trasmiten una sabiduría personal hasta las organizaciones y las instituciones públicas donde los subordinados esperan las directrices de los jefes autocráticos. Los privilegios y símbolos de posición para los directivos deben existir y están bien vistos, con amplia escala salarial entre la cúpula y la base de la organización, existiendo grandes diferencias de renta en la sociedad.

La dimensión Masculinidad-Feminidad expresa la valoración de logro, de asertividad y competición en oposición el énfasis relativo a la armonía y a la comunión interpersonal.
Las culturas masculinas contienen las características que en el mundo occidental son estereotípicamente atribuidas a la masculinidad: la dureza, la instrumentalidad y la distribución rígida de los roles sexuales.
Las culturas femeninas corresponden al estereotipo de la feminidad y enfatizan la solidaridad, la cooperación, el compartir afectivo, no marcan tanto las diferencias de género.
Las culturas masculinas están focalizadas en los logros individuales y en acciones referidas a las tareas. Las culturas femeninas por su parte, enfatizan la armonía interpersonal y las relaciones comunales.
La feminidad cultural se caracteriza por una mayor expresividad y por una mayor vivencia de las emociones, tanto negativas como positivas. Según Páez y cols. (Páez, Fernández, Mayordomo, 2000) en las culturas femeninas se valora y se ve como una obligación el proveer el contacto y el apoyo afectivo a los demás. Mientras tanto, en las culturas masculinas se enfatizan las diferencias entre los géneros cuando sólo las mujeres deben brindar el apoyo emocional, la expresión emocional es aceptada para ellas, en cambio, los hombres controlan su expresividad con la excepción de la cólera-enfado y la soberbia.
En el caso de las culturas femeninas latinoamericanas, un escenario cultural específico asociado en parte a esta dimensión es el de la “simpatía”. Se valora la capacidad de “ser simpático”, de mostrar interés y empatía hacia los otros, así como el ser capaz de respetar y compartir los sentimientos de los demás. Desde el punto de vista de cómo se percibe la vida social, la simpatía implica que se quiere ser abierto, caluroso, agradable, se percibe la conducta positiva de los otros/as y se ignora la negativa, se busca sintonizar los deseos y sentimientos de los otros y se manifiesta entusiasmo.
Desde el punto de vista de la acción, se evitan las críticas y las conductas negativas, se evita el cuestionamiento directo y se busca mantener las buenas maneras. Finalmente, desde el punto de vista de la comunicación, las culturas latinas femeninas enfatizan la “buena educación”, y hacen hincapié en las buenas relaciones entre personas. Los patrones de comunicación (el habla directa y el “ir al grano”) de las culturas más masculinas como, por ejemplo, la norteamericana o la española se perciben como excesivamente grosero, directo y brusco.

La teoría de los valores de S. Schwartz

Siguiendo la orientación estructuralista, S. Schwartz (1992) propone un modelo alternativo que postula la existencia de una estructura de 10 valores transculturalmente estable.
Estos tipos de valores han sido derivados del análisis de aspectos universales o temas básicos que tienen que afrontar todos los individuos y grupos para regular el funcionamiento social, más concretamente: necesidades biológicas, de coordinación social y de bienestar del grupo. El aspecto crucial de la teoría de Schwartz es la concepción de estos valores como tipos motivacionales, donde cada valor refleja metas y objetivos a perseguir. Los valores se agrupan en función del tipo de objetivo que se pretende lograr.
Los últimos avances en la investigación realizada durante los últimos diez años en los países que representan los 5 continentes y las mayores religiones del mundo, ha confirmado la universalidad y la validez de la estructura de valores propuesta (Smith y Schwartz, 1997).
Schwartz argumenta que el sistema universal de valores que guían la conducta humana responde a la función adaptativa de supervivencia y funcionamiento eficaz. A su vez, los contextos culturales específicos determinan la prevalencia o fuerza de unos u otros tipos de valores.
Las características de estos 10 tipos motivacionales serían las siguientes:

1.Poder: búsqueda de la posición y prestigio social, control o dominio sobre personas o recursos (poder social, autoridad, riqueza, preserva su imagen pública).

2.Logro: el perseguir el éxito personal como resultado de demostrar competencia de acuerdo a las normas culturales (exitoso, capaz, ambicioso, tiene influencia).

3.Hedonismo: placer y gratificación sensual para la persona (placer, disfrutar de la vida).

4.Estimulación: excitación, variedad, novedad y desafíos en la vida (atrevido, vida excitante).

5.Auto-Dirección: independencia en la acción y el pensamiento (creatividad, libertad, independiente, curioso, eligiendo sus propias metas).

6.Universalismo: comprensión, aprecio, tolerancia y protección para el bienestar de toda la gente y para la naturaleza (sabiduría, justicia social, igualdad, el mundo en paz, protección del medioambiente).

7.Benevolencia: preocupación por el bienestar de la gente con la que uno está en contacto frecuente, es decir, con la gente próxima con la que interactuamos cotidianamente más que con todos los demás (honesto, leal, responsable, ayuda y perdona a los demás).

8.Tradición: respeto, compromiso con y aceptación de las costumbres e ideas que la cultura o la religión imponen a la persona (humilde, devoto, respeto por las tradiciones, moderado).

9.Conformidad: limitación de las acciones, inclinaciones e impulsos que pueden trastornar/inquietar o dañar a otros y violar expectativas o normas sociales. La definición enfatiza los aspectos de autolimitación en la interacción cotidiana con personas cercanas (educado, obediente, disciplinado, honra padres y mayores).

10.Seguridad: búsqueda de seguridad, armonía y estabilidad en la sociedad, en las relaciones interpersonales y en la persona (seguridad de familia y nacional, orden social, limpio, reciprocidad de favores).

Este autor plantea que algunos valores pueden estar asociados tanto a los intereses individualistas como colectivistas. Establece una estructura bidimensional donde las personas pueden tener un perfil de valores exclusivamente individualista, exclusivamente colectivista o de ambos tipos. En la estructura total, cinco de los valores personales resultan responder a los intereses individualistas (Logro, Poder, Auto-dirección, Estimulación y Hedonismo) y tres son colectivistas (Conformidad, Tradición y Benevolencia). Dos valores restantes corresponden a ambos tipos de objetivos y son mixtos (Seguridad y Universalismo).
Según este autor, los individuos pueden dar importancia simultáneamente a ambos tipos de orientaciones sin que éstas entren en contradicción. Por ejemplo, cuando se busca la seguridad grupal (valor de Seguridad) o el bienestar de todos (Universalismo), el individuo persigue tanto su interés personal como el de la colectividad. En este caso, las orientaciones individualista y colectivista no son incompatibles sino complementarias.

Diferencias culturales en los valores entre inmigrantes y autóctonos

Según indicadores culturales como los de Hofstede podemos ver que las culturas que están representadas por los inmigrantes tienen grandes diferencias culturales entre sí, y con España respectivamente.
Por ejemplo, en la escala de valores autoritarios, jerárquicos o de distancia al poder según datos obtenidos por Hofstede, España es un país con el índice relativamente bajo, mientras que la mayoría de las culturas de América Latina, África y Europa Oriental se caracterizan por la distancia al poder bastante elevada. Preguntados sobre su percepción de los autóctonos, los inmigrantes estiman que son menos trabajadores y menos hospitalarios, lo que es coherente con el mayor énfasis en la centralidad del trabajo y de la cortesía de las culturas jerárquicas.
También, en la escala de Hofstede, en la dimensión de individualismo, España pertenece al grupo de países individualistas (51), pero la mayoría de los países africanos, de América Latina y de Europa del Este pertenecen al grupo de países colectivistas, teniendo cada uno de ellos unos índices muy diferentes.
Nuestros estudios han comparado los valores que compartían los inmigrantes y también los autóctonos. Se ha confirmado que los inmigrantes en general (excepto los europeos del Este) se caracterizan por puntuaciones más elevadas en valores Colectivistas de Tradición (respetar y seguir lo que dice la religión, tradiciones de los antepasados, modestia) y Conformidad (seguir las normas, no cuestionar las expectativas sociales) que los autóctonos.
De forma coherente con lo anterior preguntados sobre las diferencias entre su país de origen y la cultura local, perciben a los autóctonos como menos familistas (valoran menos a la familia, ayudan, pasan menos tiempo con los parientes que en los países de origen de los inmigrantes) y con una sociabilidad más voluntaria, basada menos en los deberes hacia la familia extensa. También critican el materialismo y poca espiritualidad de los autóctonos, a los que perciben secularizados y con poca dimensión espiritual tradicional (Zlobina, Basabe y Páez, 2005).
Sin embargo, puntúan igual en valores individualistas de Auto-dirección (tomar decisiones) y Estimulación (buscar cosas nuevas, vida variada) aunque menores en Hedonismo(gratificación, pasárselo bien).

En resumen, si bien son más colectivistas en aspectos como la tradición y el conformismo y en su valoración del hedonismo, no se diferencian de los autóctonos en auto-dirección y lealtad al grupo.
También los inmigrantes puntúan más alto que los autóctonos en valores asociados a la distancia al Poder, como el Logro (búsqueda éxito y rendimiento) y el Poder (búsqueda de estatus, riqueza), así como en actitudes de competición. Esto se puede explicar tanto porque los inmigrantes provienen de culturas más jerárquicas, como porque los inmigrantes son personas de fuerte motivación de logro.
Coherentemente, perciben a los autóctonos como personas que demuestran poco respeto, que inculcan poco el respeto a los niños y que tienen un trato más igualitario en general. Se perciben a sí mismos como más sumisos, educados y amables, mientras que perciben a los autóctonos como más directos y francos.
También perciben a los autóctonos como más fríos, menos afectivos y en comparación con autóctonos muestran mayor expresividad o femineidad del yo y menor instrumentalidad o masculinidad.
Además, perciben la cultura local con ritmo de vida más rápido, con una exigencia de trabajo mayor y con un estilo de contacto social más distante y organizado –como ocurre generalmente cuando se pasa de una cultura menos a otra más modernizada.

Diferencias constatadas en nuestros estudios en estilo de relación familiar

Tal como hemos comentado previamente, los inmigrantes extranjeros que residen en España en su mayoría pertenecen a las culturas que son más colectivistas y jerárquicas. Coherentemente, su percepción de la sociedad receptora es de una menor valoración aquí de los lazos familiares, de una menor centralidad de la familia para la vida del individuo al mismo tiempo que de una menor socialización en valores de respeto y obediencia.
Tanto en África, donde la familia a menudo está representada por un centenar de parientes unidos por fuertes vínculos y con una clara jerarquización de las posiciones de cada uno, como en América Latina –donde uno de los valores centrales es el familismo es decir, una alta implicación, lealtad y reciprocidad con los miembros de una familia extensa– ésta representa el grupo principal de pertenencia donde se expresan los valores colectivistas de interdependencia.
Los datos de nuestras investigaciones han constatado que una de las fuentes del choque cultural más importantes para los inmigrantes de estos grupos culturales viviendo en España es la dimensión del «Familismo Jerárquico» es decir, la percepción de las relaciones familiares en la sociedad receptora como más laxas, de una menor implicación y al mismo tiempo, menos autoritarias o de menor respeto.

IV. Diferencias culturales y ajuste psicológico y social de los inmigrantes

La persona que abandona su cultura de origen tiende a adaptarse al nuevo contexto cultural lo que implica tres aspectos:

a) la adaptación psicológica, concebida como el mantener una buena balanza de afectos, satisfacción con el nuevo medio cultural y su aceptación;

b) el aprendizaje cultural, concebido como la adquisición de las habilidades sociales que permiten manejarse en la nueva cultura, así como la realización de conductas que permiten tener buenas relaciones con las personas de la cultura en cuestión;

c) la realización de las conductas adecuadas para la resolución exitosa de las tareas sociales (Moghaddam, Taylor y Wrigth, 1993).

Los datos de nuestros estudios han revelado que la diferencia que los inmigrantes perciben entre su cultura y la autóctona se asocia a problemas psicológicos y de adaptación social.
La percepción de una mayor distancia cultural entre el país de origen y la sociedad anfitriona predecía mayores dificultades de manejar los problemas prácticos, económicos, sociales y de comunicación intercultural (Basabe, Zlobina & Páez, 2004).
Ahora bien, aunque los inmigrantes comparten más valores colectivistas de Seguridad, Conformismo y Tradición en comparación con los autóctonos, éstos no son un obstáculo para su ajuste en general.
Las personas con valores de Seguridad más fuertes se adaptan mejor social y psicológicamente, probablemente porque valoran más la mejora salarial y se comprometen en establecer un entorno más estable y protegido.
Las personas que valoran más el Conformismo (seguir las normas) coherentemente muestran mejor ajuste social. Sólo las personas que valoran mucho la Tradición, entre otras cosas las costumbres religiosas y tradiciones sociales, informan de menor ajuste psicológico –probablemente por el fuerte choque cultural con un entorno secularizado.
Otras creencias colectivistas relativamente incongruentes con el entorno autóctono tampoco impedían el ajuste. Los inmigrantes también compartían más una imagen de sí colectivista o de lealtad al grupo, asociada a permanecer en la familia y otros grupos a pesar de que éstos no satisfagan totalmente sus necesidades. Estas creencias se asocian al buen ajuste en general, entre otras cosas porque se asociaban a un buen apoyo social de los compatriotas.
Con respecto a la religiosidad, su asociación con la Tradición sugiere que la mayor religiosidad será un obstáculo al ajuste, y esto se confirma por el hecho que los más practicantes informan de peor ajuste emocional.
Las actitudes competitivas, como por ejemplo, creer que “triunfar lo es todo”, se asociaban a mayores dificultades de ajuste social –al igual que valorar el Poder.
El hecho de que los valores y creencias jerárquicas y competitivas sean un obstáculo al ajuste se puede explicar por dos motivos. Por un lado, estas creencias y valores son incongruentes con la cultura local que es más igualitaria y menos competitiva. Por otro, personas muy competitivas y que tienen trabajos de poco control, valoración y estatus, probablemente sufrirán más el descenso de estatus social típico de toda inmigración que en general se caracteriza por el incremento de ingresos y al mismo tiempo, por descenso de estatus laboral (de ser ingeniero en el país de origen a trabajar de peón de construcción en el país receptor).
Además, el énfasis en el afrontamiento directo y la resolución de problemas en el caso de los inmigrantes se asociaba al desajuste, probablemente porque el inmigrante debe enfrentar muchas situaciones difícilmente controlables, en las que lo mejor es adaptarse al entorno y aguantar que el problema no se puede resolver directamente.
Finalmente, valores congruentes con el entorno es decir, los que los autóctonos comparten altamente, como los de Auto-dirección o los de Benevolencia, se asociaban a mejor ajuste social y psicológico. Esto sugiere que sujetos colectivistas que enfatizan el apoyo y la cohesión social se adaptan mejor.
En síntesis, podemos deducir de nuestros datos que el hecho de que los inmigrantes compartan más los valores y creencias colectivistas en comparación con los autóctonos no es un obstáculo para su ajuste. Sin embargo, la mayor religiosidad, en la medida que se asocia a un mayor tradicionalismo, es un obstáculo para el ajuste. En cambio, actitudes y valores competitivos, instrumentales y de busca de estatus se asocian al desajuste, tanto por ser incongruentes con el entorno, como por ser contradictorios con la situación de bajo estatus laboral y control que caracteriza a los inmigrantes.

Nota: El presente artículo es sólo una parte de otro, mucho más extenso, aportado por ambos autores tras la realización del seminario sobre Salud Mental e inmigración organizado por Mugak en Donostia en junio de 2005. La elección del texto reproducido es responsabilidad de la redacción. El trabajo completo será editado por la editorial Gakoa.

El escrito completo está basado en varios trabajos realizados por los miembros del equipo de Investigación Transcultural dirigido por el Profesor Darío Páez. Especialmente, Nekane Basabe (Dpto. Psicología Social, Facultad Farmacia, EHU/UPV), Miriam Campos (Dpto. Psicología Social y Metodología, Facultad Psicología, EHU/UPV), Itziar Fernández (Dpto. Psicología Social, Facultad Psicología, UNED) y Elena Zubieta (Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires).

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