Festival de cine de San Sebastián 2004

Festival de cine de San Sebastián 2004

Ismael Díaz Zabala

El Festival terminó, de nuevo con excelentes resultados, a finales de Setiembre. En estos tres meses se ha comentado el Festival desde muchos puntos de vista. Ello permite abandonar los terrenos más trabajados, sobre todo aspectos técnicos y jugar con mayor libertad al comentario quizás no dicho. Por recuperar algun espacio, nos hemos fijado en el Festival como una viva y rica muestra del pensamiento socio-político actual. Unas cuantas mentes informadas y diversas en sus culturas y sensibilidades han querido expresar su visión de los temas que más les han interesado. Conviene advertir de entrada que la muestra no es tan parca, pues han abundado películas en el Festival y que bastantes de ellos han salido del ámbito de las relaciones privadas para fijarse en los problemas sociales de nuestra sociedad o del mundo. Esta será nuestra perspectiva. ¿Qué problemas han interesado más y cómo han visto sus posibles o imposibles salidas?

En la descripción de la sociedad

En la importancia de esta perspectiva como línea del Festival han coincido algunos críticos. Así en El País, “la selección ha servido para mostrar con claridad la preponderancia de dos tendencias en el cine internacional. De un lado el predominio del cine considerado como documento testimonial. Han sido varias, y sin duda las más importantes, la películas que dejaron constancia de los problemas sociales y políticos más graves de las sociedades en las que surgen”.
Los problemas que plantea a las sociedades, sobre todo a partir del 11-S, el uso de la violencia terrorista por parte de determinados movimientos como pretendida fórmula de respuesta a los exasperantes atropellos que el poder puede generar en comunidades, pueblos o grupos sociales es una de las cuestiones que más preocupan y dividen a sectores de las sociedades directamente afectadas.
Esta ardua y compleja problemática ha sido presentada desde un variado espectro de situaciones, siempre con indudable valentía. Así el terrorismo, la acción calificada habitualmente como terrorista, ha sido tratado directamente en “Omagh” y en “Perseguidos”, dos versiones en direcciones por cierto antagónicas.
Pero hay otras muchas otras huellas del terror. La brutal violencia, preñada de terror, de las guerras. Encontramos huellas de guerras civiles o de las luchas interétnicas en dos películas, “La nuit de la verité”, película africana, una lúcida reflexión de los problemas que conlleva la creación de un nuevo Estado, la violencia interétnica que se acumula en la memoria de sus gentes y los esfuerzos arriesgados y generosos en pos de alcanzar una necesaria reconciliación, y en “Sueño de una noche de invierno”, película serbia, que mereció el premio al mejor guión, idéntica dificultad para retomar la vida diaria y la convivencia entre cercanos después de un guerra brutal, alocada.
El terror pervive en ocasiones a la finalización de las guerras. Así los campos de concentración creados por los “nacionales” durante la posguerra franquista nos acercan, “Rejas en la memoria” la persistente violencia y el terror de las poblaciones vencidas y sometidas tras una guerra civil. Y encontramos asimismo huellas profundas de la inacabable violencia generada por las guerras imperialistas. “En la frontera Irán-Irak, semanas antes de la invasión de Irak por la tropas estadounidenses, en un campamento de refugiados kurdos que intentan escapar de la represión de Sadam”, este descarnado nudo de la violencia de toda ralea de poderes es el marco de “Las tortugas pueden volar”. Esta excelente película resultó por cierto elegida como Concha de Oro en el Festival.
Las cárceles son fácilmente percibidas como núcleos cerrados, y sofocantes, de terror, lugares donde algunos llegan al empleo de la violencia para tratar de reeducar a tanto criminal que ha merecido ser confinado en ellas. Pues allá dentro, y a su reducto más abyecto, el pabellón destinado a presos del FIES, los que el sistema carcelario dibuja como de más irreductible y siniestra catadura, nos lleva “Horas de luz”, buen trabajo que sin apenas concesiones nos enfrenta a un ciudadano que en pocos minutos se transforma en un asesino múltiple y a la aterrorizante expresión de algunos de los aspectos más duros del sistema carcelario. Ahí encontramos a Garfia condenado a más de cien años por los tres asesinatos cometidos una tarde de 1987.
Al submundo de las drogas dedica el Festival, tres películas, “Sumas y restas” en la sección oficial, “María llena eres de Gracia” y “Hiang Fu”, en Zabaltegi. En todas ellas se evita la versión policial para acercarse a las personas y llegar acaso a las claves sociales.
La contaminación del medio ambiente, como resultado de la especulación, es condenada con fuerza en “Darwin Nightmare”, de la que el programa del Festival nos descubre que en torno al Lago Victoria “ha surgido una industria de enormes proporciones que, en aras del progreso, está arruinando el equilibrio del país. El tráfico de pescado se hace a través de aviones de carga rusos que no llegan vacíos al continente africano. Un documental político que es un grito a la conciencia europea para llamar la atención sobre la tragedia de África”. Encontraremos huellas de idéntica contaminación en “Silver city”, pero su vinculación directa a la gestión y a la corrupción política nos permite situarla en otro momento.
El cine argentino, tan lúcido, directo y notable de media, ha servido de cauce de expresión de los problemas sociales y políticos que viven poblaciones angustiadas. El paro y la búsqueda anhelante de “salidas” en “Bombón, el perro” y “Cielito” y algunas consecuencias de la ruina que provocó el “corralito” en “Cama adentro”.
¡Qué duda cabe que estamos ante un cine político, profundamente político, en el que prima la denuncia de algunas de las situaciones más agudas, dolorosas y opresivas que sufren las sociedades de comienzos del siglo XXI! Pero son escasos los filmes, aunque algunos quedan, cuyo encuadre es linealmente político, en el sentido más corto y usual del término. Los situamos con la presentación que de ellas hizo el Festival en su programa.
Tiene su interés retrospectivo y momentos bien contados, pero me dejó insatisfecho “Diario de motocicletas” que “nos cuenta el primer viaje, 1952, del futuro Ché Guevara por buena parte de América del Sur, viaje que le permitió descubrir la realidad de un continente que desconocía por completo”. Quizás entre nosotros es más vista, en varias versiones, la gran crisis de Chile en el siglo XX, pero estos dos filmes aportan luz y vigor. Con “Salvador Allende”, “Patricio Guzmán quiere rendir un homenaje a uno de los hombres más importante de la historia latinoamericana”, y encontramos en “Pinochet y sus tres generales”, una “película que retoma un documental de 1976 que irritó profundamente a los golpistas que intentaron impedir su difusión internacional”. Completa la panorámica de políticos latinoamericanos el retrato de Fidel Castro, “Looking for Fidel”, que intenta Oliver Stone, en el que el primero gana la partida pero pierde, yo creo, el cine.
“Silver city” es una explícita y rotunda denuncia de la corrupción política. Campaña para las elecciones en el estado norteamericano de Colorado. Uno de los aspirantes a Gobernador defiende su candidatura con lenguaje e ideario cristiano un mucho fundamentalista, el que va haciéndose común en sectores amplios de la derecha política occidental, por ejemplo en los llamados neo-conservadores. Más allá del lenguaje se le ve bien enredado en turbios intereses económicos. Leí en alguna de las críticas que el candidato era harto parecido a George Bush. Tras su elección acabará privatizando, como se preveía, los suelos de las Montañas Rocosas, hasta ese momento parques nacionales, en beneficio de las poderosas inmobiliarias que le promocionaron. Obviamente ello conllevará la contaminación de los ríos, lagunas y manantiales circundantes.

Y ¿frente a tanto problema?

Es más fácil y abundante la presentación de problemas que la enumeración o descripción de caminos, intentos o fórmulas de solución. Pero todas las películas acaban, luego algun final debe proponer. Y en ello puede pesar de forma importante su visión del mundo, sus expectativas y su análisis de la relación de fuerzas implicadas. Sería imbécil tratar de hacer de ello una especie de hipótesis de teoría política; pero sí cabe enumerar opiniones y valoraciones como un elemento más de análisis.
Encontramos un primer grupo de filmes en que hay, permítasenos una ya casi perdida expresión, final feliz. Un final feliz que a más de uno pudo sorprender, por considerarlo facilón, excesivo y ajeno al estilo del propio Festival. El triunfo, por ejemplo, de las mujeres de Burkina Fasso, “Mooladé”, sobre el peso asfixiante de sus sagradas tradiciones y del poder institucionalizado de los hombres. En “Horas de luz” Garfia, el asesino, encuentra su luz y reconvierte su vida al ritmo del descubrimiento del amor y de la posibilidad de un proyecto de vida. En “Inguélézy”, la dedicación excepcional de una ciudadana francesa para acompañar al inmigrante kurdo en su paso hacia Inglaterra y la solución inesperada que le permite al kurdo quedarse en la hasta ese momento inhóspita Inglaterra; pero ésta admite otra valoración, se trata de una historia, a mi juicio, mal tratada que pierde en bastantes momentos la sintonía con el espectador.
En otras llega a atisbarse el final del túnel, la reconciliación llega por ejemplo en “La nuit de la verité”. Es, a primera vista, un planteamiento más verosímil. La consecución del objetivo en efecto no nos ahorra ni las erizadas dificultades que obstruyen el camino ni el ingente esfuerzo, personal y colectivo que requiere.
No se atisba en cambio solución al desgarro colectivo descrito en “Las tortugas pueden volar”, ni ante el derrumbe ecológico y social de “Darwin Nightmare”, ni hay capacidad social de respuesta ante los desmanes del clan económico-político que promociona al nuevo Gobernador en “Silver city”.
De este elemental sondeo cabría deducir dos coincidencias: la respuesta estrictamente política falla, y falla estrepitosamente en “Las tortugas pueden volar”, y en “Silver city”. Y ni siquiera se intenta en “Darwin Nightmare”. Parecen, en contraste, apuntar caminos válidos los que parten del esfuerzo o del compromiso individual concreto que se abre libremente a otros, y se optimiza por su gradual generalización al grupo o al colectivo de los afectados. Ésta parece al menos una percepción africana, en ello coinciden “Mooladé” y “La nuit de la verité”, pero pueden encontrarse huellas en otras películas, por ejemplo en “Horas de luz”.

Un análisis más detenido

Robert Guediguian fiel siempre a sí mismo y a sus compromisos socio-políticos analiza, en planteamiento tal vez no directo pero sí explícito, “Mon père est ingénieur”, la validez de unos u otros medios. En la versión del propio Festival se subraya el peso del desencanto político “Guediguien nos ofrece una película sobre el desencanto político, sin apartarse de su línea de cine comprometido”.
Este desencanto de la respuesta política, entendida como respuesta institucionalizada, se da en la pareja protagonista. Él es un médico que orienta su afán de hacer algo por la Humanidad a través de las prestaciones que el Ministerio de Sanidad francés puede aportar a los pueblos africanos consumidos por el hambre, el sida,… Es una respuesta en abstracto a los problemas de la humanidad. En él la crítica surge de su propia experiencia. Ha gastado tiempo, abundante energía y mucho dinero público en los múltiples seminarios y congresos a que ha debido acudir, para definir la necesidad de genéricos al alcance de África. Comprobará la inutilidad de tamaño esfuerzo bien intencionado pues la Administración es incapaz de imponer, convencer o estimular su producción ante la negativa de los tres directivos de quienes depende de hecho el que se fabriquen genéricos. La lesión de potentes intereses económicos o los acuerdos razonables de expansión industrial, la necesidad de una gradualidad en el proceso, o decenas de razones semejantes abortan el proyecto. Esas razones siempre presentes, y a veces presentadas como explicaciones razonables o las únicas válidas, maniatan al poder político y lo limitan a aquello que no contradiga el interés del capital dominante, y nada digamos de las multinacionales.
Ella es pediatra y ha orientado por contra su vida hacia los vecinos del barrio de Marsella, obrero, marginal y en buena medida vivero de comunistas y cristianos de base.. Es un compromiso con todos y cada uno, de cara a cara, que no demanda otras estructuras que la dedicación personal ni requiere apoyo institucional alguno y no está por tanto sometido ni condicionado por instancias superiores ni por intereses ajenos a la relación. Desde ese compromiso concreto, ella crítica con crudeza tanto a un militante que se proclama de izquierdas, partidario de grandes ideales, pero que ante los suyos, ante los pequeños problemas de sus hijos o de los vecinos, mantiene actitudes más bien fascistas, como a los vecinos cristianos que celebran la gran fraternidad cristiana renovando su voto ante el portal de Belén pero son incapaces de permitir a una hija que se case con un vecino marroquí porque no es de los “nuestros”.
Sea pues porque las soluciones se prostituyen cuando los responsables se alejan de los necesitados, sea porque los mejores planteamientos, las ideologías seductoras no son, ¿con frecuencia? ¿a veces? ¿casi nunca?, vividas con coherencia en lo cercano, lo inmediato, la vida de todos los días, la “solución política” no queda bien parada. (Pero ahí queda un profundo trauma. El enorme problema de África, por ejemplo, al que también el protagonista quiso aportar su esfuerzo ahí queda. No resuelto. Y a la espera, urgente, de solución. Pero no hay respuesta. Pesa doloroso el silencio).
La vida de ambos es un ejemplo, anecdótico, de ruptura. Desde los 14 años en que se conocieron, han crecido juntos, han sido amantes, posiblemente han vivido experiencias políticas comunes, ¿como su paso por el partido comunista?, han estudiado a la par, él médico y ella pediatra. Sus opciones, él por África y sus graves problemas, ella por el barrio en su limitaciones, les han separado. Y ésta es hoy lejanía física, pero es de siempre asimismo una lejanía de actitudes, de experiencias, de estilos de vida. Y ello separa sus vidas, aleja los sentimientos y los recuerdos y les fuerza a preguntarse reiteradamente: “¿seguimos o lo dejamos?”.
Es, de nuevo, la vuelta a lo concreto lo que facilitará su reencuentro. Una noche ella es violada por un vecino fascista, que es precisamente el que se proclama de izquierdas. Regresa él junto a ella para vivir a su lado y trabajar, como ella, en el consultorio y entre sus vecinos. Ahí se encuentran, han salvado las barreras que les distanciaban. Ya, cuanto todo estaba roto, él casado, ella decidida a dejarle, vuelven e reencontrarse.
Queda a salvo el compromiso de la acción directa, concreta, coherente con tu sentir y que te enfrenta a los más próximos, a quienes puedes aportar algo. Incluso su propio matrimonio se salva porque él acepta revisar su planteamiento y enfocar su acción a la ayuda de las personas cercanas, a su compañera, a las gentes del barrio. Esto, al menos, sí es posible. Y eficaz, aunque limitado. Y al alcance de cualquiera. Es una buena respuesta. ¿Insuficiente? Quizás, pero necesaria, imprescindible.
Ahondamos un poco más en esta línea. La validez del compromiso individual la toma de conciencia de los problemas cercanos por los directamente afectados, como vía de solución, en efecto, puede ser extendida a los dos filmes que reseñamos como de “final feliz”.
El orgullo profesional y la exigencia de no privar a nadie, por discriminación o prejuicio, de sus atenciones como enfermera, lleva a Marimar, “Horas de luz”, a curar la espalda de Garfia y a denunciar la situación de maltrato discriminatorio que sufre. Poco a poco se enamora de él y comienza a abrirle con ello una perspectiva, una nueva luz, que la violencia de la vida y del sistema carcelario habían cerrado. La transformación de Garfia que descubre que la violencia no es el camino, ni siquiera para luchar con la violencia institucionalizada de la cárcel, o de los vigilantes de los FIES, inesperadamente tendrá un eco social, llevará un efecto inducido: el jefe de servicio que ha practicado sistemáticamente la violencia, legal claro está, como recurso para dominar la violencia rebelde, ilegal, de los internos, descubrirá que ése es tal vez un camino fácil de aplicación y de aparente orden pero no es camino para su reeducación, y que los internos sólo pueden rehacer sus vidas si encuentran cómo llenarlas de sentido abriéndose a otras fórmulas.
El compromiso individual, asumido por cada una de las mujeres afectadas, es la base de una enorme acción transformadora en el fabuloso documental, Moolaadé, que ya había ganado en Cannes el premio “Un certain regard” y que ha promocionado a Ousmane Sembene, veterano cineasta de Senegal, a la medalla “Federico Fellini” de la UNESCO “en reconocimiento a su contribución a la difusión y al respeto de la diversidad cultural”.
Es un film africano, pensado y realizado por africanos, sobre lo que algunos, con escaso pudor no sólo consideran un estigma de su cultura sino una prueba, irrefutable, de que esos africanos islamizados no son integrables en nuestra cultura, ¡tan respetuosa siempre con la dignidad de la mujer!
El documental, en verdad, va más allá. En expresión del programa del propio Festival “Es una lúcida reflexión sobre la mujer africana”. La negativa de seis niñas a ser excisadas, sometidas a la ablación de sus genitales, no puede ser un producto espontáneo, sin historia, de cinco niñas inocentes, sino el resultado de un trabajo constante, de erosión de los valores que la amparaban y de explicitación de los males que generaba. Esta tarea, cuántas mujeres en el camino, no se nos dice. Las transformaciones culturales precisan ritmos tan lentos que apenas se les escucha.
La negativa de las niñas constituye una rebelión contra los valores fundamentales, identitarios del grupo, no puede en consecuencia quedar impune, reclama un castigo ejemplar.
Hay sin embargo en el fondo sagrado de sus tradiciones grupales o quizás étnicas otra que ampara y sacraliza la protección del indefenso. Adquiere tal importancia que da título al film, “Moolaadé”, derecho de protección, algo semejante, en nuestra versión, a un derecho de asilo pero desacralizado, ejercido por la comunidad, de hecho es una mujer de la aldea quien concede protección a cuatro de la seis niñas que se han negado a la ablación, han solicitado la protección y son buscadas por las fuerzas del orden establecido.
Estos dos principios, inconciliables, dividen a la gente de la aldea. Las autoridades, el Consejo y el Imam, exigen el cumplimiento de la ablación y los hombres, salvo excepciones, apoyan la tradición y exigen el castigo. La mujer que les concedió el Moolaadé primero en solitario, más tarde apoyada cada vez por círculos más amplios de mujeres, enfrentan la capacidad punitiva del poder en defensa del Moolaadé y de las niñas que solicitaron protección.
Pero, en el documental, el perfil es muy concreto, el cauce de la acción es la transmisión de éste a aquél o de ésta a aquella. Las mujeres por ejemplo se encuentran implicadas porque son madres, porque sufren inevitablemente, en ellas y en sus hijas, los efectos perniciosos de la excisión y de la incomunicación con el exterior a que quieren someterles los hombres. Desde lo concreto el problema se abre a los otros, se generaliza. Al crecer su indefensión los hombres tratan de fundamentar más sólidamente las tradiciones, las prescripciones del islam y de adoptar medidas más radicales, encerremos sus mentes cortando toda forma de comunicación con el exterior, y así proceden a la quema de radios y televisores, en una escena que recuerda la quema de libros en Fahrenheit. En esta larga secuencia de acción-represión, la resistencia y la acción van alcanzando nuevos objetivos, el horizonte de la acción crece y los agentes asimismo van a más, hasta llegar a despertar a todas las mujeres de la aldea en el mismo grito y a que los hombres mejor predispuestos, muy pocos, cambien de bando y adopten posturas más claras en contra de la presión insoportable de lo establecido

Inmigración

La inmigración constituyó el año anterior el tema de toda una sección, primeriza, quizás menor, integrada por 33 filmes producidos en Marruecos, Argelia y Túnez.
No hay tanta presencia, impensable que pueda alcanzarse de nuevo, este año. Han situado sin embargo en la Sección Oficial dos películas que abordan directamente temática de inmigrantes, Ingélézy y Tarfaya.

Clandestino (Ingélézy). Es la última película, bienintencionada pero fallida, del ganador de la Concha de Oro en 2003. La historia va de emigrante kurdo. Ilegal en tierra francesa, reducido por tanto a la condición de acosado, suspira por llegar a Inglaterra, su paraíso imaginario.

Tarfaya, del marroquí Daoud Aoulad-Syad es por el contrario un testimonio, cuasi documental de la inmigración africana, mayoritariamente subsahariana. “La terrible realidad de las pateras que cada día llegan a las costas españolas cargadas de inmigrantes en busca de un mundo mejor, esconde un universo de historias humanas. Y a ellas, a las caras y las historias de algunos de ellos pretende llegar. No es una historia de inmigración sino de inmigrantes, de Myryam una joven de 28 años que intenta desesperadamente alcanzar la libertad”. Así lo presentó el programa del Festival que manifiesta su solidaridad con el cine que se realiza en el Magreb.

Mooolaadé, no es una película que plantea, como ya sabemos, específicamente la migración de gentes, pero sí aborda uno de los problemas más debatidos en torno a los inmigrantes magrebíes, la situación de la mujer africana o la relación entre costumbres africanas sacralizadas por la tradición y los derechos humanos de acuerdo con nuestra tradición occidental.
La integración del inmigrante implica de ordinario un alto coste. Pero con alguna frecuencia el inmigrante es además acosado, humillado, explotado, robado o incluso asesinado por elementos nativos. “A way of life”, una joven de 18 años y sus tres amigos “viven en la marginalidad de una gran ciudad abocados sin remedio a un futuro sin salida y condenados a la frustración y la rabia que acaba provocando un violento crimen racial del que es víctima un joven vecino musulmán”.

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