Protagonistas de su propias estrategias

Protagonistas de sus propias estrategias

La protagonista de nuestra reflexión es esa mujer migrante que, al salir de su país con la intención de progresar mediante el trabajo, ha hecho la opción por un trabajo sexual. Opción sometida a muchos condicionantes, como el resto de trabajos a los que pueden acceder la mayoría de migrantes, pero que no anulan ni la capacidad ni la legitimidad de quien ha hecho esa opción. Sin embargo, el discurso moralizante sobre qué les está permitido y qué prohibido a las mujeres, impide a abordar la situación jurídica y social en que se encuentran las personas migrantes que trabajan en la industria del sexo.
Para ello, partiendo de la situación en que se encuentra tan sólo una parte (y no la más significativa, cuantitativamente hablando) que padece una dramática situación a manos de mafias o redes criminales que trafican con seres humanos, hemos generalizado esa imagen a un colectivo de personas migrantes, cada día mayor, que desempeñan sus trabajos en esa industria tan pujante en nuestras sociedades y en las que participan sectores amplísimos de la sociedad. Las necesitamos, como en otros sectores económicos, pero trazamos una serie de límites que, a la postre, acaban haciendo más problemática su situación.
La complejidad de factores presentes en las cuestiones relacionadas con la industria del sexo son reducidas a una simplificación absurda en lo que hace a señalar a quienes trabajan en ella como voluntarios o víctimas, aplicándoles un baremo en ese sentido totalmente distinto al del resto de trabajos y no les concedemos el mismo grado de responsabilidad que al resto. Sólo pueden ser víctimas y no protagonistas de sus propias estrategias migratorias.
Y además, una víctima muy particular, a la que tratamos como culpable. Una víctima a quien el ordenamiento legal no proporciona ningún recurso. Una víctima cuya palabra no vale nada, ya que está, por principio, alienada y a la que hay que defender de sí misma, contra sí misma.
Una vez fabricada esa imagen de víctima, sin espacio de maniobra, y extendido al conjunto de esa mujeres, necesitan, evidentemente, quien les libere. Y ahí estamos nosotros. Los «occidentales» de cultura cristiana. Que no vendemos nada. Que no cambiamos nada. Que no explotamos a nadie. Que no tenemos problemas con el cuerpo, la religión, la discriminación sexista.
El día que rompamos esa imagen que hemos fabricado de nosotros mismos y de nuestros valores estaremos en condiciones de mirar, sin el actual velo de prejuicios morales y culturales, la auténtica dimensión de las situaciones en que viven quienes migran a nuestros países para trabajar en la industria del sexo. Y en ese momento, estaremos en condiciones de relacionarnos de igual a igual y de participar con ellas en esa tarea más amplia de transformar las condiciones de vida y de trabajo de todas las personas, migrantes o no. De transformar, en definitiva, la sociedad.

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