Ilegales. Nombres, adjetivos y xenofobia

Ilegales. Nombres, adjetivos y xenofobia

José Portolés
Profesor Titular de Filología Española en la Universidad Autónoma de Madrid

La expresión linguística que comunica un acontecimiento no es su representación; simplemente, permite que a partir de ella el oyente la construya. Un mismo hecho puede ser contado de distintos modos y, según la formulación escogida, lo recreado por su interlocutor será también distinto.

«Emigrante» e «Inmigrante»

Supongamos que alguien de otra nacionalidad trabaja en nuestro país. Podemos decir que es un emigrante o que es un inmigrante. En primer lugar, la denotación de los dos nombres es distinta: un emigrante procura trabajar fuera de su país, un inmigrante intenta trabajar en el país de otro. Si vivimos en el extranjero, desde nuestro propio punto de vista, sólo podremos considerarnos emigrantes, seremos inmigrantes desde la perspectiva de los nativos de aquel país. Este es el motivo de que en España no se hable de la inmigración española en Alemania, sino de la emigración española. «Nosotros» somos emigrantes, «los otros» son inmigrantes. Contrastemos:
(1) a. Todos podemos emigrar (#1inmigrar) alguna vez.
b. Mi padre fue emigrante (#inmigrante) en Francia.

En consecuencia, los topos posibles a partir de emigrante serán mejores que los de inmigrante, ya que es evidente que somos más benévolos con aquello en lo que nos implicamos y menos, en el caso contrario. Son los diversos topos de emigrante e inmigrante los que dan cuenta de nuestra preferencia en los siguientes ejemplos:

(2) a. Tiene las virtudes del emigrante (#inmigrante). Es trabajador, ahorrador y honrado.
b. Es un auténtico emigrante (#inmigrante). Tiene una voluntad de hierro.

Se puede argüir que, de todos modos, inmigrante es el término inequívoco para denominar a los trabajadores extranjeros desde el punto de vista de un español que vive en España: al leer inmigrante sabremos que se trata de alguien no español que trabaja en este país. Sin embargo, la realidad del uso periodístico de este nombre desmiente en buena medida este argumento: inmigrante se emplea no sólo para clasificar como tales a quienes vienen a trabajar a España sino que son inmigrantes los albaneses que desean entrar en Italia (El Mundo, 12-IX-1995), los cingaleses que pretenden trabajar en Alemania (Levante, 17-VII-1995) o los extranjeros que son expulsados de Francia (La Vanguardia, 28-XII-1995). Se toma el punto de vista de quien recibe la emigración y no de quien la realiza, aunque esto suceda fuera de las fronteras españolas.

Continuando con la misma argumentación, será preferible clasificar a alguien, siempre que sea posible, como: trabajador, empleado doméstico, albañil o vendedor, que como emigrante o inmigrante. Veamos el siguiente ejemplo:

(3) a. Un inmigrante magrebí ha presentado una denuncia contra el café bar «La Esquina» de los Dolores de Pacheco (Murcia) por cobrar el doble a los inmigrantes magrebíes. (ABC, 25-VII-1995)

Reemplacemos inmigrante por trabajador:
b. Un trabajador magrebí ha presentado una denuncia contra el café bar «La Esquina» de los Dolores de Pacheco (Murcia) por cobrar el doble a los trabajadores magrebíes.

Ahora nuestra indignación es mayor. Y ello no se debe al hecho en sí, que con las dos redacciones es el mismo, sino al sustantivo y a los topos que convoca:

(4) a. Es un trabajador. (#pero) Tiene todos los derechos.
b. Es un trabajador. (#pero) Hay que tratarlo bien.
c. Es un trabajador. (#pero) Es uno de nosotros.

Los topos que constituyen la significación de trabajador favorecen unas conclusiones que no son las de inmigrante.

«Un ilegal».

El sintagma nominal inmigrante ilegal está formado por el nombre inmigrante y el adjetivo ilegal. En el siguiente ejemplo se ha producido una recategorización, o metábasis, del adjetivo ilegal en nombre:
(5) Braña minimiza el aumento de ilegales. (Diario 16. Andalucía, 12-VIII-1995)

Se ha de evitar este uso de ilegal como nombre. Razonemos nuestra postura. El adjetivo ilegal es un adjetivo calificativo, por ello, puede ser atributo (este inmigrante es ilegal), puede cuantificarse (absolutamente ilegal, ¡Qué ilegal es eso!) o se puede crear a partir de él el sustantivo ilegalidad (la ilegalidad de la inmigración). Los adjetivos calificativos con significado peyorativo se sustantivan con facilidad; compárense los siguientes pares: un tonto/ *un inteligente, un anormal/ *un normal, un incapaz/ *un capaz, un indeseable/ *un deseable, un infeliz/ *un feliz, un antipático/ *un simpático, un desconocido/ *un célebre, un maleducado/ *un educado, etc2.

Ello explica que sea fácil gramaticalmente crear: un ilegal, y que sea agramatical: un legal, a partir del adjetivo con significado positivo. Con la sustantivación, esta propiedad peyorativa que describía el adjetivo es aquella que sirve para configurar la clase. Ello lleva a suponer en el nombre la propiedad denotada por el adjetivo en un grado alto. Para mostrarlo, vamos a utilizar el concepto de escala pragmática.

Los diversos argumentos que pueden conducir a una conclusión se pueden ordenar de acuerdo con su fuerza argumentativa (Ducrot: 1980). Así, tanto A Juan le gusta María como Juan está locamente enamorado de María son dos argumentos que, por ejemplo, conducen a una conclusión como Seguro que le hace un bonito regalo. Evidentemente, el segundo argumento tiene más fuerza para alcanzar dicha conclusión que el primero. Se puede, por tanto, proponer una escala en la que se ordenen estos argumentos del siguiente modo:
+ FUERZA
–Estar locamente enamorado de alguien
–Gustar a alguien

Por otra parte, la lengua proporciona signos que reflejan estas diferencias escalares; de ahí, el siguiente contraste:

(6) a. A Juan le gusta María. Es más, está locamente enamorado de ella.
b. #Juan está locamente enamorado de María. Es más, le gusta.

El argumento que acoge al conector discursivo es más posee más fuerza que el argumento anterior. Nuestra extrañeza ante (6b) radica en que con es más se presenta como un argumento más fuerte «gustar alguien» que «estar locamente enamorado de alguien».

Utilicemos ahora el conector es más como prueba para percibir la mayor fuerza argumentativa de los nombres en relacion con los adjetivos.
(7) a. Luis está siempre enfermo [adjetivo]. Es más, es un enfermo (nombre).
b. Juan es ingenuo. Es más, es un ingenuo.

Incluso, podríamos seguir con la serie:
c. Aquel inmigrante es ilegal. Es más, es un ilegal.
En conclusión, las propiedades que se infieren a partir del nombre ilegal tienen más fuerza argumentativa que aquellas que se denotan con el adjetivo ilegal. Ello desaconseja el uso del sustantivo.

Por otra parte, en inmigrante ilegal alguien es ilegal en cuanto inmigrante, si suprimimos el nombre, esta importante referencia desaparece. Los siguientes ejemplos también muestran propiedades que se predican no de la totalidad de la persona, sino de una persona en cuanto «profesora», «investigadora», «jurista», etc.

(8) a. Es una profesora muy poco original, pero una investigadora genial.
b. Es una jurista magnífica, pero una pésima juez.
c. Es una jugadora mediocre, pero una entrenadora extraordinaria.

Si suprimiéramos los nombres como se hace con inmigrante, tendríamos:

(9) a. #Es muy poco original, pero es genial
b. Es magnífica, pero es pésima.
c. #Es mediocre, pero es extraordinaria.

«Inmigrante» e «inmigrante ilegal»

Añadir un adjetivo calificativo a un nombre puede aumentar o disminuir la fuerza argumentativa del nombre de acuerdo con los topos que convoca (Ducrot: 1995). En el caso de aumentar la fuerza, denominaremos al adjetivo «realizante», si la disminuye o la invierte, «desrealizante». Una prueba para distinguir uno u otro tipo de adjetivos la encontramos en el uso de y, además, o de pero. Así, tenemos:

(10) a. Es una amiga y, además, (#pero) íntima.
b. Tiene un coche y, además, (#pero) es grande.
c. Es escritor y, además, (#pero) bueno.
d. Es un criminal y, además, (#pero) sanguinario.
e. Tiene una enfermedad y, además, (#pero) incurable.

«Una amiga íntima» tiene más fuerza argumentativa que «una amiga», lo mismo sucede con «un coche grande» frente a «coche», un «escritor bueno» y «un escritor», «un criminal sanguinario» y «un criminal», y, por fin, «una enfermedad incurable» y «una enfermedad». Todos estos adjetivos son realizantes en relación con los nombres a los que complementan. Con los siguientes adjetivos sucedería lo contrario:

(11) a. Es una amiga (#y, además), pero reciente.
b. Tiene un coche (#y, además), pero pequeño.
c. Es escritor (#y, además), pero malo.
d. Es un criminal (#y, además) pero educado.
e. Tiene una enfermedad (#y, además) pero fácilmente curable.

Estos otros adjetivos son desrealizantes con respecto al nombre al que complementan. Esto es, si a una amiga le puedo pedir un favor:

(12) a. Es una amiga. Me hará el favor.
Con una amiga reciente no nos extrañaría escuchar:
b. Es una amiga reciente. Puede que no me haga el favor.

En el caso de inmigrante ilegal es fácil constatar que para buena parte de los españoles sería menos extraño (13a) que (13b):
(13) a. Es un inmigrante y, además, ilegal.
b. Es un inmigrante, pero ilegal.

Lo que señala que el adjetivo ilegal acentúa las posibles connotaciones peyorativas que, por desgracia, ya de por sí posee inmigrante para estos hablantes3. Por consiguiente, siempre que se pueda evitar el adjetivo ilegal acompañando al nombre inmigrante ha de hacerse.

Ante esta recomendación, se podrá replicar, con justicia, que un emisor del sintagma nominal inmigrante ilegal puede carecer por completo de esta connotación peyorativa de inmigrante y que, portanto, él uniría el adjetivo ilegal con pero y no con y, además. Con todo, el problema reside en que muy posiblemente los topos del receptor asociados a inmigrante sean los opuestos y que, sin desearlo, el emisor los refuerce con el uso del adjetivo ilegal al lado del nombre inmigrante.

«Un inmigrante chino ilegal»
y «un inmigrante ilegal chino»

En la prensa consultada se pueden documentar estas dos posibidades de ordenación del adjetivo calificativo ilegal y del adjetivo gentilicio4. Ello, sin embargo, no es lo habitual. Generalmente los adjetivos gentilicios, cuando son adjetivos de relación (Bosque: 1989 y 1993), se sitúan inmediatamente detrás del nombre al que complementan. Así, tenemos:

(14) a. Una casa inglesa bonita.
b. *Una casa bonita inglesa.
(15) a. Un caballo francés robusto.
b. *Un caballo robusto francés.
(16) a. Un coche japonés rápido.
b. *Un coche rápido japonés.

En cambio, en ocasiones se crea una especie de compuesto formado por un nombre y un adjetivo calificativo que permite un comportamiento diferente:

(17) a. Una casa abuhardillada parisiense.
b. Un café negro italiano.
c. Un coche deportivo alemán.

Esta ordenación de los elementos del sintagma manifiesta que distinguimos un tipo especial de objeto que es «la casa abuhardillada», «el café negro» o «el coche deportivo» , y que ello es lo que permite distanciar el gentilicio del nombre.

Pues bien, al escribir inmigrante chino ilegal se respeta la gramática habitual de los sintagmas nominales, pero al utilizar un inmigrante ilegal chino se muestra que existe ya gramaticalizado como una especie de compuesto inmigrante ilegal y, por tanto, se reconoce con él un tipo de realidad especial. No me parece aventurado pensar que se categoriza de este modo un tipo de infractor –no me atrevería a decir de delincuente– y no a un tipo de trabajador. Veamos una prueba. El marcador en todo caso tiene propiedades escalares como sucedía con es más, pero ahora el miembro en el que se incluye no se presenta como más fuerte argumentativamente sino como más débil, esto es, situado en una posición más baja de la misma escala. Así, tendremos:

(18) a. Juan no está locamente enamorado de María; en todo caso, le gusta esa chica.
b. #A Juan no le gusta María; en todo caso, está locamente enamorado de ella.

Esta pertenencia a la misma escala de los dos miembros vinculados con en todo caso nos permite advertir que si bien sería extraño escuchar
(19a) no sería tan improbable (19b):

(19) a. #Aunque no sea un delincuente, en todo caso, es un inmigrante.
b. Aunque no sea un delincuente, en todo caso, es un inmigrante ilegal.

Lo que indicaría que en (19b) se ha situado el sintagma inmigrante ilegal en la misma escala que delincuente, si bien en una posición baja. Se está clasificando, pues, la emigración por motivos laborales dentro de la escala de los delitos.

«Un magrebí ilegal»

Comparemos ahora:

(20) a. Un carpintero magnífico.
b. Un carpintero malvado.

Un carpintero magnífico es bueno en cuanto carpintero, pero un carpintero malvado, no es malvado en cuanto carpintero, sino como persona. Por ello, se podría pensar en:

c. Es un magnífico carpintero, pero es malvado.

Alguien que tuviera buen oficio y pésimas intenciones. Vayamos un paso más allá. Nuestro carpintero malvado es también un español malvado, pero un magnífico carpintero no tiene por qué ser también un magnífico español. En el caso que nos ocupa, se debe recordar que un inmigrante ilegal es ilegal en cuanto inmigrante, no como persona, esto es, que ilegal con respecto a inmigrante es un adjetivo como magnífico con respecto a carpintero, pero no como malvado en relación con ese mismo nombre. Este comportamiento gramatical debería impedir que se escribiese, como frecuentemente se hace:

(21) Detenidos doce magrebíes ilegales. (Diario 16. Andalucía, 27-VI-1995)

En realidad, en este titular se nos dice, aunque no se quiera, que se ha detenido a doce personas por ser «ilegalmente magrebíes».

Un nombre gentilicio
y un adjetivo gentilicio

Es frecuente que para denotar a los emigrantes se utilicen gentilicios, que indican su lugar de procedencia: magrebí, marroquí, senegalés, etc. Estas palabras pueden utilizarse como nombres o como adjetivos, en particular, como adjetivos de relación. Las posibles prosecuciones del discurso en cada uno de los casos son distintas, ya que las connotaciones peyorativas que acarreen para algunas personas los nombres gentilicios se difícultarán con su uso como adjetivos. Supongamos que alguien vocifera:

(22) Es un alemán. Hay que echarlo de España.

Difícilmente llegaría a la misma conclusión de un fontanero alemán o un farmacéutico alemán. Un nombre más un adjetivo de relación como alemán obliga a crear una nueva clase, la de los fontaneros alemanes, que carece de connotaciones para los hablantes, esto es, nos faltan connotaciones ya fijadas de fontanero alemán, mientras que posiblemente las tengamos de alemán5. En definitiva, a falta de más información, siempre será mejor utilizar un nombre más un adjetivo gentilicio, aunque sea el socorrido ciudadano alemán, que escribir el nombre gentilicio.

Conclusión

Una expresión linguística no es el espejo que refleja una realidad determinada, pues la lengua sólo proporciona la urdimbre sobre la que el oyente teje su imagen de los hechos. No obstante, la forma linguística utilizada condiciona en buena medida el resultado de esa tarea. Elegir un nombre u otro, añadir un adjetivo o suprimirlo, favorece o dificulta una determinada representación de la realidad. La Lingüística nos da pruebas de ello y, a la vez, nos proporciona las soluciones para conseguir que nuestro discurso no perjudique a otras personas. De nosotros dependerá su uso.

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