Los arduos caminos de la integración

Los arduos caminos de la integración

Desde nuestra perspectiva, no corren buenos aires por Europa. Llevan algún tiempo asentadas en España, Austria e Italia corrientes políticas conservadoras que fijan su interés en el control férreo de entrada de nuevos inmigrantes y en el afianzamiento de la identidad y el interés nacional. Y se van sumando malos presagios en la Europa liberal y de mayor tradición democrática: el progreso de un populismo xenófobo en Holanda, la derrota del gobierno socialdemócrata en Dinamarca y la victoria, por ejemplo, del candidato derechista de la democracia cristiana alemana en un land de lo que fue Alemania Oriental. Noruega y Suiza marcan, fuera ya de la UE, ritmos similares. Y en el resto de los Estados miembros, los esfuerzos de la izquierda tradicional por suavizar el lenguaje y los programas marcan el nivel de crecida del miedo escénico. Los inmigrantes, el paro y la inseguridad ciudadana se van convirtiendo en los vectores del voto, empiezan a marcar los centros de interés de las campañas electorales.
Es altamente improbable que estas políticas vayan a ser rectificadas en la Unión Europea. Sobre todo mientras persistan la recesión económica y las dudas angustiosas sobre su propio futuro y el Consejo de Europa lo constituyan los Jefes de Estado de los países miembros.
Cuando el horizonte se puebla de miedos y encoge defensivamente las capacidades de un pueblo, de un Estado o de una Unión, suele darse una tendencia, recurrente históricamente, a “descubrir”, o diseñar si hace falta, el chivo expiatorio en el que, simbólicamente, se proyecten todos los males que asedian a la sociedad. Y ése es, siempre, el “otro”, el que no es de la casa, del grupo, del mismo pueblo. Hoy por hoy, en Europa, el inmigrante. Y, salvando las distancias aun entre ellos, con claro orden de preferencia entre unos y otros.
Esta actitud se va traduciendo en la legislación de los diversos Estados que se orienta a reforzar la preeminencia y la seguridad de los nacionales con dos líneas claves de actuación: limitar la entrada a quienes cada Estado elija como más útiles y menos complicados y no garantizar la permanencia ni los derechos de ciudadanía a quienes ya están pero no gustan o gustan menos.
Importa mucho, especialmente en situaciones críticas, mantener el análisis riguroso del momento histórico, de las razones, o sinrazones, en que se apoya el poder político, de los mecanismos de que se puede servir para asentar políticas de exclusión que tienden a priorizar el Estado del orden sobre el Estado de libertad.

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