Violencia de género, racismo y xenofobia

Violencia de género, racismo y xenofobia *

Paloma Fernández Rasines

En este artículo no pretendo tratar la violencia de género sino para denunciar la vinculación que de ello se hace con la inmigración y por extensión, con “los otros”. Pretendo denunciar la utilización que los discursos racistas hacen de la violencia de género para gestionar esa alteridad amenazante al mismo tiempo que declinan responsabilidades odiosas.
La violencia doméstica es la primera causa de muerte e invalidez en Europa para las mujeres entre 16 y 44 años, por encima de los accidentes de tráfico y de las guerras. La primera causa de baja de la mayoría de la población femenina económicamente activa. Se estima que un 80% de los casos no se denuncian y se sabe también que las agresiones aumentan para niveles de renta más altos. Esto se desprende de un informe presentado en Estrasburgo en noviembre de 2002 por la Comisión para la igualdad de hombres y mujeres del Consejo de Europa . Esto nos informa de que la violencia de género no conoce fronteras y está perfectamente asentada en la Unión Europea.
Tomar conciencia de esto nos resulta odioso. Por eso tal vez es reconfortante leer un titular de prensa en que se diga que las mujeres que más sufren maltrato son las inmigrantes. Aunque no sepamos si esto es real, aunque se clarifique que lo único que nos consta es que las mujeres inmigrantes lo hacen público y saben que deben denunciar el maltrato en mayor medida que las mujeres de la población de acogida. A pesar de que sepamos esto, es reconfortante vincular maltrato con inmigración porque nos causa menos ansiedad pensar que algo tan maligno y fatal está vinculado con “los que vienen de fuera”. Dicho de otro modo, dormiremos mejor sabiendo que maltratan más los “sudacas” y los “moros” que los nuestros, nuestros hermanos, nuestros amantes, nuestros hijos. Pues resulta que esto es absolutamente falso. Estos titulares son mentiras que nos ayudan a vivir pensando que somos felices en casa. La violencia de género no conoce clase social, nacionalidad, procedencia, ni fenotipo.
Porque resulta más que probado que la violencia de género es consustancial a la relación de pareja en toda sociedad que esté basada en un modelo de familia patriarcal. Éste es precisamente el modelo de nuestra sociedad, de nuestra cultura. La violencia de género, lejos de ser una rareza es algo muy común entre “nosotros”. No por ser común y corriente deja de ser indeseable. Tan común y tan indeseable como que en este país, en lo que va de 2003, cada cuatro días muere una mujer a manos de su compañero. Tan indeseable como su propia raíz que no es otra que la desigualdad entre hombres y mujeres. Es bueno que vayamos tomando en cuenta que no podremos erradicar la violencia de género si no atajamos en primer lugar la dependencia económica y simbólica que genera la desigualdad.
Las mujeres nos hemos incorporado a la actividad económica en el Estado español a marchas forzadas en la última década. Aumentar la tasa de actividad femenina ha sido requisito indispensable para converger en la Unión Europea. Esto se ha logrado con una política patriarcal y androcéntrica en materia de gestión de empleo y de flujos migratorios. Una política de Estado de suplantación sistemática de unas mujeres por otras.
Por esta razón, el stock de permisos de trabajo para el servicio doméstico se ha incrementado significativamente en los últimos años en España. En 1992 era de 25.000, llegando en 1998 a 61.000, según estudios del Colectivo Ioé . Esto es lo que ha propiciado una mayor incorporación de las mujeres autóctonas a la población económica activa y no un reparto equitativo con los compañeros varones.
De esta manera, las mujeres autóctonas nos hemos incorporado al aparato productivo. Cobramos el 60% de lo que cobran nuestros compañeros, pero nos hemos incorporado al trabajo remunerado . Hemos podido hacerlo porque a través de los cupos de inmigración para el servicio doméstico se nos proveen mujeres que llegan de otros mundos.
Sin embargo, no se nos ha exonerado del deber de hacernos cargo del afecto y del cuidado, de regalar nuestro tiempo. Tiempo que la Unión Europea sabe que es oro. Tener a las mujeres ocupadas y preocupadas por la casa es un lujo burgués anacrónico. En la actualidad, además de ser anti-económico, resulta impracticable a menos que asumamos un altísimo costo para la salud de la convivencia conyugal y familiar. A pesar de todo, las mujeres seguimos gestionando el cuidado de personas dependientes y el funcionamiento de los hogares. Los conflictos que esto genera en las relaciones entre hombres y mujeres también se ha visto en el Consejo de Europa que son muy inconvenientes desde el punto de vista económico. Recordemos que es la primera causa de muerte e invalidez de las mujeres en edad activa. Esto es muy grave para las finanzas. Tal vez ahora se lo van a tomar en serio.
Esta realidad así contada es grave para la economía pero además es profundamente inmoral. Buscar arreglo es tarea de las administraciones y de las políticas públicas que hasta ahora solo aciertan a poner parches en materia de conciliación laboral y familiar. Porque mientras no se negocie una solución para la igualdad, las mujeres seguiremos en la dependencia simbólica de fingir que gozamos a través de vivir la vida de otros y no a partir de la satisfacción de nuestros propios y legítimos deseos. Mientras tanto, los hombres seguirán fingiendo que son cabezas de familia felices y aguerridos, representantes de la sacrosanta célula de la sociedad, y seguirán gozando de los privilegios que de ello se derivan. Como bien dice Mª Jesús Izquierdo, son pocas las mujeres que mueren si pensamos en lo que este sistema familista requiere.
La violencia que genera este sistema tan nuestro no tiene nada que ver con “los que vienen de fuera”. Lo que pretendo decir es que vincular lo aberrante y lo indeseable con la inmigración es xenofobia. Es un odio a veces muy sutil que va sedimentando poco a poco. Propongo que nos mantengamos alerta porque, como manifestaba una viñeta de Forges en alusión a los tristes sucesos de El Ejido en 2000 “el racismo hará que las palabras se conviertan en piedras”.
Dicho esto vamos a ver algunos de los prejuicios más recurrentes que suenan como piedras.

¿No son las mujeres inmigrantes las que más sufren maltrato a mano de sus compañeros?

Si nos fijamos en algunas notas de prensa, efectivamente parece que las mujeres inmigrantes están más representadas. Tomaré a las mujeres ecuatorianas en Navarra actualmente como caso. Ellas son la mayoría de las mujeres de origen extracomunitario en la Comunidad Foral. Si tomamos como fuente las cifras de los servicios de urgencias y de los hogares para mujeres maltratadas, tenemos que casi la mitad son inmigrantes. El sentido común tal vez nos haga pensar que esto ocurre porque estas mujeres son de clase baja, sin estudios y sumisas. El sentido común también entiende que hay un perfil de la mujer maltratada. No hay nada más lejos de la realidad.
En este caso, lo único que sabemos es que las mujeres inmigrantes son las que más denuncian maltrato proporcionalmente y las que más uso hacen de los servicios sociales. Las razones son obvias. Carecen de una red familiar y social de apoyo y en ocasiones es la propia normativa migratoria la que les hace depender de su marido en materia de documentación y derechos como residentes. Ruth Mestre nos ha contado cómo el derecho regula en masculino para el caso concreto de la ley de extranjería .
Las mujeres ecuatorianas en Navarra trabajan mayoritariamente en el servicio doméstico por requerimientos de la normativa migratoria. Tienen un nivel de instrucción superior al de la población autóctona que se ocupa en este sector. Proceden en su mayoría de sectores urbanos de Ecuador que debido a la profunda crisis de los últimos años vieron la emigración como única vía para no perder las mínimas garantías de ciudadanía como son el derecho a la educación y la salud de sus criaturas. Estas mujeres han sido sujetos agentes del proceso migratorio. Fueron las primeras en perder sus puestos de trabajo en su país debido a las políticas de ajuste y al recorte del sector público. Porque la globalización también regula en masculino.
Estas mujeres no son sumisas, desinstruidas ni desvalidas. Si se encuentran en situación vulnerable es debido a la posición que les tiene reservada la política transnacional en materia migratoria y las propias políticas sexistas de empleo. Sus compañeros varones no lo tienen fácil porque los sectores que ocupan están más competidos y más sujetos al incumplimiento de contrato y a los impagos. La situación de la vivienda en acogida no facilita nada las cosas y los conflictos domésticos se dan. Sería un milagro que no se dieran. Muchos de nosotros, si tuviéramos que pasar por su experiencia nos devoraríamos a dentelladas.
Estas mujeres saben que deben denunciar el maltrato. Ya en 1992 la Organización Mundial para la Salud alertaba en los países de América Latina y el Caribe, que la violencia doméstica era un obstáculo para el desarrollo. Desde hace una década, las organizaciones de mujeres en Ecuador, con ayuda de fondos para el desarrollo, han venido realizando capacitación sobre todo en los núcleos urbanos para combatir la violencia contra las mujeres. Vienen más informadas que nosotras a este respecto. Saben que la violencia en la pareja se da y en ocasiones es mutua. Para ellas no es tabú introducir en la conversación de qué manera responden a una amenaza o a una agresión explícita por parte de sus compañeros. También saben que habitualmente en una pelea conyugal la peor parte se la llevan ellas. Por la socialización de género, ellos están mejor entrenados en la violencia física y en la decisión de agredir.
Vamos con otro prejuicio.

¿Acaso no son los “moros” los más machistas?

Si nos fijamos en la cobertura mediática que se hace de algunos procesos racistas veremos que efectivamente esto aparece así. Nuevamente, el sentido común nos dice que el machismo y la violencia contra las mujeres nos viene “con los de fuera”, que ellos respetan menos a las mujeres.
El detonante del asedio criminal contra los norteafricanos, que convirtió El Ejido en ciudad sin ley durante varios días en febrero de 2000, fue la agresión con resultado de muerte de un “moro”, supuestamente perturbado, a una joven “cristiana” que al parecer quiso evitar un robo en la persona de otra vecina del pueblo. Al parecer era la tercera muerte en 15 días, que siguió a la de dos agricultores empresarios. La información en la prensa resulta imprecisa y confusa. No fue un crimen sexista pero se fue construyendo como si así fuera. En las horas siguientes surgieron testimonios de vecinos afirmando que las agresiones sexuales contra jóvenes vecinas por parte de los marroquíes eran frecuentes. La asociación de ideas fue inmediata.
Si tales acciones se dieron deberían existir denuncias explícitas. De ser ciertas estas afirmaciones simplemente nos estarían informando de hechos indeseables que no por ello dejan de ser más comunes que lo que quisiéramos entre “nosotros”.
Precisamente el mismo día que estalló la bomba racista en El Ejido una nota de prensa local en La Voz de Almería recogía, en tono de suceso, el caso de un joven de 23 años vecino de Almería que golpeaba e insultaba a la que se suponía su novia en vía pública y no cesando en su empeño, en presencia de la autoridad policial, fue detenido . Por supuesto que este suceso no tuvo la menor trascendencia, porque desgraciadamente no tiene nada de raro. También el mismo día, el diario El País recogía un titular como este: “Un soldado de Avilés le arranca los ojos a una chica de 22 años después de ir de copas juntos” .
La caza de “El Otro” suele ir precedida de toda una sedimentación de ideas xenófobas de diversa naturaleza que asocian los contenidos de todo lo indeseable con lo que llega de fuera. Pero es importante subrayar que la afirmación de la masculinidad hegemónica y del derecho paterno es fundamental en todo esto. Diferentes experiencias históricas nos han contado que el odio racial comienza bajo pretexto de que los intrusos han accedido a “nuestras mujeres”.
Si el problema de El Ejido, como citaban algunos vecinos ante los medios, eran algunos delincuentes marroquíes sin oficio ni beneficio, resulta difícil explicar el hecho de que el asedio tuviera como objetivo principal destruir precisamente los pequeños negocios que mantenían marroquíes que ya llevaban tiempo perfectamente integrados en la zona. Conviene recordar que los linchamientos a muerte contra pequeños empresarios afroamericanos a principios del siglo XX en los estados sureños de EEUU también se justificaban en que los negros estaban violando a las jóvenes blancas.
He pretendido mostrar de qué manera el racismo y la xenofobia operan bajo la ficción de la masculinidad hegemónica. Una ficción que tutoriza y victimiza a las mujeres “propias” y “ajenas” al mismo tiempo que busca someter a los hombres que no son “los nuestros”, haciéndolos aparecer como salvajes y bárbaros a ser controlados.

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