También son nuestros menores

También son nuestros menores

La problemática de los menores inmigrantes no acompañados, que traemos a estas páginas, muestra la contradicción existente entre unos jóvenes, ansiosos por mejorar sus condiciones de vida y en condiciones para imaginar proyectos de futuro, y la realidad de unas instituciones que, pese a disponer de todo un entramado legislativo/asistencial de protección a la infancia es incapaz de integrarlos en el sistema.
Estamos hablando de chavales, en su mayoría chicos, de 15 a 17 años, que ya en su país son considerados miembros productivos de la familia. De chavales que cada cual tiene tras de sí una historia propia que tener en cuenta, y que no cabe reducir a una categoría como si todos ellos formasen un grupo social homogéneo.
La mayoría no eran menores de la calle en su país de origen. Es en nuestro país donde se ven obligados a convertirse en niños de la calle.
Es necesario, a la hora de abordar su problemática, partir de cuáles son las dos premisas en que se basa su proyecto migratorio: conseguir papeles y un trabajo con el que poder vivir y enviar dinero a sus familias. Si esto no es tenido en cuenta, la estancia en un centro que no les ofrece posibilidades reales de acceder a su documentación ni a perspectivas de inserción laboral a corto o mediano plazo, no responde a sus necesidades y se vive como una reclusión, una pérdida de tiempo y, por tanto, es rechazada.
Todo encasillamiento de estos jóvenes como elementos difíciles, víctimas que no se dejan educar y de las que poco cabe esperar, además de ser una imagen falsa no hará sino contribuir a su marginación. Lo mismo vale para la relación que se estable entre este colectivo y la inseguridad ciudadana. Esta forma de abordar el problema acaba haciendo recaer sobre los mismos menores la responsabilidad de su situación.
Lo que faltan son políticas educativas de promoción social.
Las comunidades autónomas, que tienen competencia plena en esta materia, tienen la oportunidad de mostrar hasta dónde, las buenas intenciones que en ocasiones se proclaman rechazando la actual legislación de extranjería, son capaces de plasmarse en iniciativas positivas que respondan a los retos de la realidad.
Desde la irrupción mediática de esta problemática, se han movilizado no pocos recursos sociales que han servido para presionar sobre las instituciones, que se han hecho eco, de una u otra forma, de dicha presión, lo que no deja de ser esperanzador.
No cabe duda de que cuando la televisión nos hace llegar la imagen de cualquiera de estos niños, ambientada en su propia realidad, se despierta en nosotros sentimientos de indignación y nos motiva a reclamar políticas dirigidas a mejorar su situación. ¿Seremos capaces de mantener esos sentimientos cuando estos jóvenes llaman a nuestra puerta?

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