Reflexiones a contracorriente

Una de cada cuatro películas proyectadas en la Sección Oficial de la 54ª edición del Festival Internacional de Cine de Donostia criticó los muros geopolíticos entre países y culturas

Mientras el mundo se plaga de fronteras, el cine parece querer batallar por derribarlas y deslegitimar su existencia. Mientras en el mundo los países, las clases sociales, las etnias, los grupos religiosos construyen fronteras para separarse de sus vecinos países-clases-etnias-grupos religiosos, cierto cine actual busca maneras de deconstruir dichas fronteras y defender un mundo “sin”.

¿Podemos decir entonces que este cine defensor del “sin [fronteras]” va a contracorriente, en tanto que el mundo a corriente levanta cada día nuevas alambradas, nuevos muros y nuevas Frontex de alta tecnología? ¿Podemos catalogar de “contracorrientes” las batallas anti-fronteras que ciertos cineastas parecen librar en sus películas, al materializar en fotogramas las mismas protestas de sus coetáneos “periodistas sin fronteras”, “ingenieros sin fronteras” o “payasos sin fronteras”? ¿Se unen así esta especie de “cineastas sin fronteras” a los grupos de resistencia que, a contracorriente, se rebelan en contra del espeluznante sinsentido de los puestos fronterizos? Y, por extensión, ¿han ido a contracorriente las muchas películas proyectadas en esta 54ª edición del Festival Internacional de Cine de Donostia que, no queriendo cerrar los ojos ante la realidad geopolítica actual, han tenido como protagonistas a las fronteras?
Para responder a dichos interrogantes, empecemos por reflexionar sobre el propio significado del “ir a contracorriente”, en un sistema político, económico y social como el actual que se engulle todo aquello que ataca sus pilares y que asimila y absorbe todo aquello que amenaza su supervivencia. Veamos.

A contracorriente

Pensemos metafóricamente en un sistema social (la sociedad global) como en un organismo vivo de figura esférica que encierra dentro de sí todos los elementos que necesita para crecer, desarrollarse, sobrevivir y perpetuarse (como una célula). Siguiendo con la metáfora, este organismo biológicamente estaría revestido y separado del exterior por una doble membrana. La capa más interna de la membrana podría tener una consistencia blanda, así como unos pequeños orificios a través de los cuales los elementos envueltos pudiesen respirar el oxígeno guardado entre una capa y otra de la membrana. La segunda capa, en contacto con el exterior, sería de un tejido fuerte, sólido e infranqueable, sin cavidades ni orificios, para proteger la estabilidad del sistema de posibles amenazas extrañas y aislarlo de potenciales invasiones externas.

La traducción de este símil al concepto que nos ocupa (el de sistema social) partiría de entender que, lo mismo que un organismo vital contiene dentro de sí sus órganos digestivos, circulatorios, depurativos, defensivos… etcétera, el sistema social está compuesto por unas instituciones políticas, económicas, morales, sociales, religiosas, éticas que lo componen, lo alimentan y lo sostienen. Y lo mismo que el organismo vital arriba referido necesita de un mecanismo y espacio de respiración (orificios en la primera membrana), todo sistema social necesita reservar un espacio “para respirar” porque todo sistema social que no permite cierto espacio de desahogo, de respiración, acaba explotando.

Efectivamente, todo sistema necesita que sus miembros integrantes tengan la sensación de que existe libertad para la “oposicionalidad” y para la “salida”, porque la claustrofobia de quienes se creen enjaulados en un espacio cerrado mueve a sus residentes a rebelarse, a amotinarse en búsqueda de vías de escape. Ante la sensación de asfixia provocada por la situación de encierro, estos integrantes del sistema cerrado se sublevan hasta hacer estallar el sistema. Y por ello, y para evitarlo, el sistema, como parte de sus estrategias de supervivencia, “reserva” ciertos “orificios” y cierto espacio de “libertad” para que los disidentes y outsiders respiren y se sientan “libres”.
En este espacio “entre la membrana interna y la membrana exterior”, dichos disidentes cuestionan las corrientes mayoritarias de pensamiento, las normas del poder hegemónico, la “normalidad social”. En este espacio intermembranal se producen los discursos oposicionales y transgresores (culturales, políticos, artísticos…) que, escapados por los “orificios de la primera capa”, intentan perturbar el sistema. En dicho espacio, de ilusoria libertad total (bautizado por el crítico Ross Chambers como “**espacio de maniobrabilidad**”), sus habitantes, aun a sabiendas de estar dentro del sistema, maniobran en su contra y lo boicotean hasta que pueden.

Dentro de ese espacio, por poner un ejemplo, a principios de los años noventa el rap de los hispanos, negros o chavales del Bronx, Harlem o Vallecas descargaba su crítica ácida contra la sociedad. Cuando estos grupos oposicionales empezaban a tener una identidad demasiado definida, fuerte y grupal, el sistema vio que podían ser una amenaza. Activó entonces los mecanismos para absorber y aniquilar su oposición (el rap entró en los círculos comerciales de la industria musical y hoy en día muchos adolescentes ricos y rebeldes se rapan el pelo al cero y visten con las mismas bandanas, vaqueros anchos y camisetas de colores de guerra que usaron las bandas callejeras para marcar sus territorios. Al ponerse de moda estos signos oposicionales, se dejaba a los primeros raperos de barrio sin sus señas distintivas de identidad, con lo que el sistema lograba así aniquilar su poder amenazante. Lograba asimismo engullir un espacio en el que aquellos raperos ya habían empezado a organizarse y a materializar en programas políticos lo que inicialmente había sido visto como mera “rebeldía vandálica de niños malos”.

Argucias sistémicas para neutralizar los ataques de sus “ovejas negras”

Dicha capacidad del sistema para engullir lo amenazante está continuamente activada; y su modus operandi puede observarse con claridad si uno “espía” tal sistema con mirada crítica y cuestiona sus movimientos con minuciosidad.
En ejercicio de ese “espionaje”, recordemos, por ejemplo, la campaña mundial “No a la guerra” organizada tras la invasión de Estados Unidos a Irak. Esta campaña, que logró convocar en manifestaciones simultáneas a millones y millones de personas en diferentes capitales del planeta, reivindicó que la sociedad civil no podía “tragar” y permanecer inmóvil ante las imágenes constantes de militares norteamericanos asaltando las ciudades iraquíes. Reivindicó que no podíamos acostumbrarnos a ver diariamente en los telediarios imágenes de mujeres y hombres con uniformes de guerra violando y humillando a los presos islamistas en la cárcel de Abu Ghraib. Reivindicó que la población no se acostumbrara a aquellos trajes de camuflaje y que no se insensibilizara ante su visión en unos informativos televisivos que día tras día transmitían imágenes de muertes, asaltos, bombardeos o fusilamientos, entre otras barbaries militares.

Así que en ello andábamos, peleando contra nuestra tendencia humana a acostumbrarnos a todo, cuando de repente los escaparates de todas las tiendas de moda se llenaron de ropa de camuflaje. Acababa de estrenarse la nueva temporada primavera-verano y las nuevas tendencias en cuanto a vestimentas venían marcadas por los pantalones militares, las camisetas de color caqui y las chamarras de trinchera. ¿No parecía aquello mucha casualidad? ¿No parecíamos estar siendo “víctimas” de una contraofensiva del sistema que, ante la amenaza de los movimientos antimilitaristas, había optado por vestir a la población mundial del color de la guerra? ¿Aquellos escaparates no parecían una jugarreta del sistema para “anestesiar” y desactivar la resistencia?

Efectivamente eran una jugarreta sistémica. Sin duda, el lograr que las calles de Madrid, Londres y Nueva York se plagaran de gentes luciendo sus “ropajes militares de última moda” era una victoria del sistema que debilitaba los discursos antibélicos contra la guerra de Irak. Una vez más, el sistema había puesto en marcha una estrategia absorbente para neutralizar los ataques de “las ovejas negras” que le habían surgido. Una vez más, había logrado neutralizar el poder amenazante de un grupo oposicional que, inicialmente confinado en un controlado espacio de maniobrabilidad, había empezado a crecer de forma peligrosa. Una vez más, el sistema había habilitado un espacio para la expresión contestataria; pero más tarde se había visto obligado a desmantelarlo en un modus operandi que, como comentaba arriba, vimos activarse en aquel momento, de igual manera que lo hemos seguido viendo operar y lo vemos operar cada vez que observamos el sistema minuciosamente y espiamos sus estrategias defensivas y contraofensivas.

Maniobras antisistema antes de su absorción

Sin embargo, lo importante es constatar que esta observación no puede llevarnos a la actitud derrotista de “¿para qué rebelarnos, si al final seremos vencidos?”. No puede llevarnos a ello y, de hecho, no lo hace. Por el contrario, la actitud resistente y peleona se revitaliza al entender que tiene un periodo de caducidad breve que hay que aprovechar mientras exista. Y así, dicha resistencia se lanza “a contracorriente” a cruzar los límites del ordenamiento dominante del que surge (todo discurso oposicional surge de un sistema social y cultural determinado) encontrándose, al cruzar tales límites, con el arriba descrito “espacio de maniobrabilidad” (“room for maneuver”) reservado precisamente para cuestionar ese sistema social y cultural.

Así lo proponía el citado crítico Ross Chambers en su trabajo Room for Maneuver. Reading Oppositional Narrative, al afirmar que “entre la posibilidad de disturbio y trastorno del orden que puede darse en un sistema y la capacidad del sistema para absorberlo y recuperar el orden, existe un espacio para maniobrar al margen del sistema, en el cual la oposicionalidad al sistema debe actuar” (xi). Ese espacio de oposición, según él, es creado por

“individual or group survival *tactics** that do not challenge the power in place, but make use of circumstances set up by that power for purposes the power may ignore or deny. . . [These tactics make use of their] “particular potential to change states of affairs, by changing people’s ‘mentalities’ (their ideas, attitudes, values, and feelings)”* (Chambers 1).

Nos queda por preguntarnos, por tanto, si el cine proyectado en esta 54ª edición del Festival Internacional de Cine de Donostia, en su representación de las fronteras, puso en acción tácticas como las descritas por Chambers. Nos queda por analizar si sus películas sobre puestos fronterizos y viajes migratorios buscaron “hacer uso de su particular potencial [influyente] para cambiar el estado de las cosas y cambiar la mentalidad de las gentes (sus ideas, sus actitudes, sus valores y sus sentimientos)” hacia la inmigración y hacia las políticas exteriores de los países receptores de la misma. Nos queda por preguntarnos, en resumidas cuentas, si al referirnos a esta edición del Festival de San Sebastián podemos hablar de un cine que, a la hora de representar fronteras, lo hizo oposicionalmente y a contracorriente, desde el espacio de maniobrabilidad del sistema actual.

La proliferación masiva de fronteras geográficas y políticas en el ordenamiento mundial actual

Este sistema mundial actual parece haber caído en un estado tal de aterrada paranoia que, ante el miedo de que en cualquier momento los países pobres se amotinen porque no aguantan más las insultantes desigualdades entre Norte y Sur, ha decidido plagarse de búnkers blindados de acceso exclusivo para la población afortunada del “primer mundo”.

Así, el 12 de octubre de 2006 entraba en vigor en Europa el “Código de Fronteras Schengen” (reglamento europeo según el cual los veinticinco Estados miembros de la Unión abren definitivamente las fronteras que les dividen a unos de otros, pero parapetan sus fronteras exteriores acorazando el territorio de la Unión Europea para protegerlo y separarlo de los Estados no miembros). Dos semanas antes, el 29 de septiembre, el Senado estadounidense aprobaba la construcción de un muro de 1.200 kilómetros en la frontera con México para luchar contra la inmigración ilegal. Y una semana antes, el 24 de septiembre, casi el 70% de la ciudadanía suiza aprobaba en un referéndum federal el endurecimiento radical de sus leyes de asilo y extranjería, así como el cierre de sus fronteras a la inmigración extracomunitaria no cualificada (dado que, según Christoph Blocher, su actual ministro de Justicia y Policía de Suiza, “permitir la libre circulación a todos los países [sería] irresponsable; sería un peso intolerable al sistema social… y crearía tensiones” (El País, 25-09-2006).

Siguiendo los pasos suizos, el ministro de Interior francés, Nicolas Sarkozy, acaba de hacer público un “Decálogo contra la inmigración ilegal” en el cual, en uno de sus puntos, exige que haya “una frontera europea eficaz y segura” custodiada por un fortalecido “cuerpo europeo de agentes de fronteras”. Y en España, en la Conferencia sobre Inmigración celebrada por el derechista Partido Popular el pasado 7 de octubre, se acaba de proponer una batería de cien medidas que incluyen, entre otras: la puesta en marcha de un Sistema Integral de Información para fortalecer el control y la seguridad en las fronteras terrestres, marítimas y aéreas; la coordinación entre este Sistema y las bases de datos de INTERPOL y EUROPOL; la ampliación del sistema de vigilancia marítimo (SIVE) a todas las fronteras marítimas; el funcionamiento permanente de la Agencia FRONTEX; la formación de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado especializados para el control de fronteras, etcétera.

Sirven estos pocos ejemplos, de entre los cientos que podrían citarse, para corroborar que tanto Estados Unidos como Europa siguen construyendo y reforzando un sistema mundial de búnkers que, custodiados por fronteras, protegen la estabilidad de un ordenamiento injusto en el que unos pocos ricos se reparten la riqueza global del planeta. En este orden mundial actual, según el último informe del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), los ingresos de las 500 personas más ricas del mundo superan los ingresos de los 1.100 millones de personas que subsisten con un dólar al día (30 dólares al mes). Esta terrible desigualdad provoca el que más de 800 millones de personas sufran actualmente a causa del hambre y la malnutrición, 1.100 millones de personas carezcan de acceso al agua potable y 1.200 niños mueran cada hora a causa de enfermedades prevenibles. Éstas son las cifras de un ordenamiento global que, en su distribución de riqueza entre los integrantes del sistema, ha establecido que el 40% más pobre de la población mundial (los 2.500 millones de personas que viven con menos de dos dólares por día) represente el 5% de los ingresos mundiales, en tanto que el 10% más rico representa el 54%.

A la vista de estos datos, ¿qué esperamos? ¿Pretendemos que esos 2.500 millones de personas no sueñen con cruzar al otro lado de las fronteras que les separan del “primer mundo”? Más aún, ¿enviamos nuestros grandes pesqueros europeos a las aguas senegalesas, robamos a los pescadores locales su fuente de ingresos y luego, cuando vemos llegar a Canarias sus barcas transformadas en cayucos para personas les cerramos la puerta de nuestras fronteras? ¿Acaso creemos que no preferirían seguir faenando en sus aguas, en vez de tener que cruzarlas arriesgando su vida en busca de un nuevo trabajo en Europa? ¿Y no hacemos lo mismo con los campesinos africanos? Las políticas europeas agrarias (PAC), excesivamente proteccionistas y promotoras de subsidios agrícolas para los productores europeos, impiden –en contra del compromiso de Ronda de Doha– que millones de agricultores y campesinos africanos puedan exportar sus productos. ¿No entendemos que esto les hunde en una miseria a la cual sólo pueden sobrevivir si emigran? Es decir, ¿primero provocamos su miseria y luego les cerramos nuestras fronteras?

Resistencia social ante la política exterior oficial

Efectivamente, primero provocamos su miseria y, luego, les cerramos nuestras fronteras. Y de la difícil pero necesaria tarea de calmar la conciencia de Occidente ya se encargan las políticas exteriores oficiales de los Estados miembros. Éstas, comisionadas para “autorregular” la desigualdad y re-estabilizar el sistema, aprueban insignificantes concesiones que, obviamente, no frenan los flujos migratorios. De entre estas concesiones, destaquemos por infructuosas las del Estado español, que ofrece un sobre con 50 euros a cada uno de los miles de senegaleses que son repatriados a su país; o que firma acuerdos de intercambio de personas por dinero con gobiernos africanos (como el acuerdo firmado el pasado 9 de octubre entre Moratinos, ministro español de Asuntos Exteriores, y el gobierno de Guinea-Conakry, el cual se comprometió a aceptar a 156 guineanos “sin papeles en España” a cambio de 5 millones de euros en ayudas al desarrollo).

Dibujado así el panorama geopolítico mundial y a la vista de la verdadera naturaleza de las fronteras geográficas y políticas que nos ocupan, no resulta difícil imaginar los discursos oposicionales que se cuelan por los orificios del sistema y que buscan boicotear a éste desde el espacio de maniobrabilidad al que me refería al inicio de este artículo.

Por un lado, los movimientos de resistencia política se organizan y lanzan campañas como la publicada en www.no-fortaleza-europa.eu bajo el lema “¡No a la Europea fortaleza!”. Estas campañas cuentan con la participación activa de grupos del Norte y del Sur; y difunden conclusiones de foros alternativos como el recientemente celebrado entre el 27 de septiembre y el 7 de octubre en Bamako (Mali) (en esta jornada se conmemoraron los sucesos ocurridos en Ceuta y Melilla el año pasado, cuando cientos de inmigrantes murieron intentado cruzar la frontera, física y simbólica, que separa a África de Europa).

Resistencia cultural desde el room for maneuver
Por otro lado, y en paralelo a esta resistencia política, discurre una resistencia cultural que, como una sanguijuela para el sistema, se instala en sus grietas y, desde éstas, lo boicotea, lo insulta, lo bombardea con productos artísticos y culturales anti-ordenamiento mundial.
De entre estas sanguijuelas (y lo digo como piropo), la escritora Maruja Torres publicaba en El País Semanal del pasado 15 de octubre un artículo titulado “Malditas fronteras” en el que, desde la irreverencia y la rabia, escribía:

“He atravesado muchas fronteras en el curso de los años, y en numerosos viajes me he topado siempre con la misma estúpida tontería, redundo: territorios que son iguales a uno y otro lado, personas que podrían entenderse –u odiarse, pero cordialmente– a poco que se conocieran, pero que se enconan en sentirse diferentes… Es por eso por lo que a las fronteras hay que vallarlas, amurallarlas, cercarlas, rodearlas, atocharlas con materiales pesados; y colocar personal militar a lo largo, y material de guerra. Es por eso: porque son un invento, porque las fronteras no existen y porque, para que las veamos, necesitan coronarlas con todo tipo de trastos.”

Terminaba la escritora su artículo confesando: “Malditas sean las fronteras y los hombres que las trazan. Malditos sean los muros, las vallas, los cercados, las tapias y las alambradas. Así como los hombres y las mujeres que los aceptan”.

Esta simbólica declaración de guerra contra las fronteras es la misma declaración que llegamos a percibir los asistentes a la 54ª edición del Festival Internacional de Cine de Donostia de 2006. Muchos de estos asistentes ya intuíamos que el cine iba a aprovechar este certamen internacional para “guerrear” y para posicionarse social, cultural y políticamente ante la realidad migratoria que ocupa actual y diariamente los periódicos de todo el mundo. Lo intuíamos porque, de hecho, se había programado que una de las secciones especiales del festival girara en torno a “Emigrantes”. Por tanto, quienes nos habíamos inscrito previamente a esta sección sabíamos que las proyecciones de la treintena de filmes sobre emigrantes que brillantemente se habían seleccionado reunirían, y concentrarían, en las Salas de Cine del Antiguo Berri interesantes debates oposicionales sobre el potencial papel político del cine (como herramienta de conformación de corrientes de opinión pública en contra de las fronteras).

Sin embargo, dicho grupo de asistentes al Antiguo Berri poco imaginábamos que, fuera de aquella burbuja para la oposición (espacio de maniobrabilidad ya absorto y controlado por el sistema), los filmes seleccionados como parte de la Sección Oficial y de Zabaltegi también iban a sumarse a nuestra cruzada contra las fronteras. Poco imaginábamos que, desde sus guiones y sus argumentos, estos filmes iban a liderar nuevos discursos de denuncia contra la barbarie inhumana y cruel de los sistemas fronterizos. Poco imaginábamos que los iban a liderar, precisamente, desde un espacio de maniobrabilidad muy potente como catalizador de corrientes de opinión: el cine más comercial, proyectado, no en el Antiguo Berri, sino en el Kursaal.

Cruzada contra las fronteras desde la Sección Oficial de la 54ª edición del Festival de Cine de Donostia

Y fue así como asistimos estupefactos mi compañero crítico de cine de Hika, Jabier Ayesa, y yo, como corresponsal de Mugak, a un desfile de imágenes ácidas que, disfrazadas de oficialidad, habían encontrado en el Festival un “espacio para maniobrar”. Sumergidos de la mano de estas imágenes en dicho espacio de oposicionalidad, nos encontramos con que una de cada cuatro películas que competía en la Sección Oficial criticaba las fronteras. Y descubrimos en estas críticas aquellas tácticas de las que hablaba Chambers cuando se refería a los mecanismos generadores, con o sin premeditación, de corrientes de sentimientos y opinión capaces de cuestionar el sistema.

Veamos brevemente desde qué hilos argumentales se lanzaron estos cuestionamientos (para que, posteriormente, en los subsiguientes números de esta revista, podamos profundizar en las tácticas de oposición, desglosadas éstas temáticamente). Veamos sucintamente cómo argumentalmente los filmes de la Sección Oficial criticaron las fronteras y maniobraron en su denuncia de los males provocados por ellas.

Ghosts, de Nick Broomfield (Inglaterra), fue de hecho la película que inauguró el Festival; y lo inauguró denunciando cómo las economías occidentales sostienen su estado del bienestar gracias al mantenimiento de una economía sumergida sustentada por la mano de obra extranjera “ilegal”. El filme, basado en hechos reales, narra el infernal proceso migratorio de una joven china de Fujian, forzada a emigrar al Reino Unido para conseguir dinero con que costear la educación de su hija. Paga 25.000 dólares a la mafia Snakehead para que le introduzcan clandestinamente en Inglaterra y, una vez allí, es esclavizada en diferentes empleos reservados para los más de 3 millones de inmigrantes “ilegales” del país. El 5 de febrero de 2004, mariscando por la noche en la Bahía de Morecambe, ella y sus compañeros se ven sorprendidos por una tormenta y mueren ahogados veintitrés de ellos. Actualmente sus familias en China todavía están pagando su deuda contraída con la mafia por el pago del viaje.

Este viaje en busca de una vida mejor es también el eje de otra de las películas de la Sección Oficial: Si el viento sopla la arena/ Si le vent soulève les sables, de Marion Hänsel (Bélgica, Francia). El filme cuenta el éxodo de Rahne y de su familia quienes, tras vivir tranquilamente durante años en una aldea del desierto, se ven empujados por la sequía y por la amenazante guerra a embarcarse en una fatídica peregrinación de la que sólo sobreviven la hija pequeña y el propio Rahne. Su viaje, pese a ser ficción, es el que inician en la realidad geográfica y política actual miles de personas. O, mejor dicho, es un viaje en el que en la realidad mueren miles de personas (de entre esos más de mil millones de hombres y mujeres de todo el planeta que no tienen acceso a agua potable, según el PNUD). ¿Sabemos que la inversión en programas de aprovisionamiento y depuración de agua para toda esta población entre hoy y el año 2015 costaría menos que lo que se gasta en un año Europa en helados? ¿Sabemos que dicha inversión es menos de una quinta parte de los que se gasta Estados Unidos en alimentar animales domésticos? El filme de Hänsel, sin explicitar estos datos, da el pistoletazo de salida para la reflexión desde su propio espacio de maniobra; y se une así a Ghosts en la crítica de un orden mundial como el actual que sostiene el estado de bienestar de las economías occidentales gracias a una distribución injusta de los recursos naturales del planeta.

La supervivencia y mantenimiento de un ordenamiento mundial de estas características sólo es posible mediante fronteras defendidas con armas. La rebelión ante la distribución injusta sólo puede frenarse mediante el establecimiento de puestos fronterizos militarizados, como el parodiado en la película Border Post, de Rajko Grlic (Croacia, Bosnia, Herzegovina, Eslovenia, Serbia, UK, Hungría), que narra las peripecias de un grupo de militares en un pequeño puesto fronterizo en la frontera albano-yugoslava en la primavera de 1987. En el filme, el teniente del puesto se ve obligado a inventarse que Albania está preparando un ataque contra Yugoslavia, lo que le da la oportunidad de declarar el estado de emergencia en el puesto y prohibir el que nadie salga del cerco fronterizo. La propia absurdez de esta prohibición y de la mentira que encubre acaba desembocando en un absurdo tiroteo en el que absurdamente mueren inocentes, como los que mueren diariamente en fronteras “de verdad” que lamentablemente no son escenarios de una película de ficción sino escenarios de crímenes contra una humanidad “de carne y hueso”.

De entre los denunciantes de crímenes contra esta humanidad “de carne y hueso”, esta edición del Festival de Cine de San Sebastián ha vuelto a premiar con la Concha de Oro a Bahman Ghobadi quien, galardonado hace dos años por la película Las tortugas también vuelan, ha obtenido este año el galardón por Half Moon / Niwemang. El filme (Iraq, Irán, Francia, Austria) es la historia del viaje que realizan los hombres de una familia de músicos del Kurdistán iraní cuando, destituido Sadam Hussein, son invitados a dar un concierto en el Kurdistán iraquí. Tras 35 años sin poder pisar Irak, el padre ya anciano de la familia decide que no pueden dar ese concierto sin Hesho, la voz femenina del grupo; y van a buscarla al centro de reclusión en el que ella vive exiliada junto con otras 1.334 mujeres, originarias de un Irán en el que las mujeres tienen prohibido cantar en público ante los hombres.

Exiliadas, pero en libertad, viven las protagonistas españolas de Forever, de Heddy Honigmann (Holanda), poema fílmico rodado en el famoso cementerio parisino Père-Lachaise en el que están enterrados los maridos de estas mujeres republicanas que tuvieron que huir de España durante el franquismo. Franco, dictador que no dudó en asesinar a la resistencia política que se oponía a su régimen, representa para estas viudas el país al que no se desea volver; y ellas, como los personajes emigrantes de otras de las estrofas de la película, piensan en las fronteras como en divisiones humanas que no merecen el precio que se paga por ellas. Así, un músico iraní visita la tumba del escritor Sadegh Hedayat regularmente y, frente a ella, rinde tributo a la música persa tradicional a la que no puede olvidar, por muy lejos que esté. Frente a la tumba de Chopin, una joven pianista china recuerda a su padre que murió por trabajar demasiado. Y más allá, en otra de las calles del cementerio, dos mujeres armenias ponen flores junto a la cruz armenia de su familiar, para que nadie olvide su origen.

Zabaltegi sin fronteras
El origen no se olvida; y a él rinde homenaje una de las historias que componen el collage de Paris, je t’aime (recopilación de cortos dirigidos por diferentes directoras y directores de cine de renombre internacional) presentado en la sección Zabaltegi del Festival. En esta historia (titulada “Sena”) una adolescente musulmana pierde su pañuelo del pelo; y un chico francés lo atrapa para ella y le ayuda a ponérselo en lo que será el inicio de su convivencia de culturas.

Las culturas coexisten pero no conviven en otro de los filmes de Zabaltegi: en Babel, de Alejandro González Iñárritu (EEUU). Esta película cuenta el cruce de las vidas de cuatro grupos de extraños que, desde tres continentes diferentes, ven cómo un accidente desencadena por efecto mariposa la confluencia de sus existencias en una trama única. Una de estas vidas afectada es la de una niñera mexicana en California que, por no perderse la boda de su hijo en Tijuana, decide llevarse, de excursión al otro lado de la frontera, a los dos niños norteamericanos a los que cuida. Lo hace sin el permiso de los padres; y, cuando ya es demasiado tarde, se da cuenta de que cruzar la frontera “sin permiso” tiene un coste muy alto. El precio es tan alto que González Iñárritu, en el desenlace del filme, no duda en denunciar con imágenes la injusticia con que Estados Unidos trata a su población inmigrante “de quita y pon”, de “pon y quita”.

La tercera y última película de Zabaltegi que aquí quisiera destacar por su representación de este “quita y pon entrefronteras” es Children of Men, de Alfonso Cuarón. El filme, ambientado en el año 2027, recrea con una estética demasiado cercana y dolorosa el mundo dentro de dos décadas. Lo imagina transformado en una colmena de habitáculos separados e infranqueables, unos habitados por gente de primera clase, y otros habitados por gente de segunda, tercera, cuarta, quinta clase. Entre esta gente, como no podía ser de otro modo, el mundo definitiva y lamentablemente incluye a los inmigrantes, los apátridas y los refugiados.

Refugiados en los espacios de maniobrabilidad
Esta dura e implícita crítica a los campos de refugiados actuales, ¿no despierta nuestras conciencias y nos mueve al cuestionamiento del sistema? ¿El futurismo de Cuarón no reactiva nuestro inconformismo ante los derroteros que observamos en las políticas de inmigración europeas que hoy en día se están aprobando? ¿No nos sirve esta visión futurista como un toque de atención ante el mundo que se avecina si no nos rebelamos contra un ordenamiento mundial apoyado básicamente en el mantenimiento de vallas, muros, controles marítimos y puestos fronterizos?

El Festival Internacional de Cine de Donostia en su 54ª edición ya se ha posicionado y, con imágenes atrevidas en su Sección Oficial, ha dicho “No a las fronteras”. En nuestra mano está el seguir explorando nuevos espacios de maniobrabilidad sobre los que volcar más imágenes, más palabras, más discursos oposicionales, más resistencias políticas que, como irreverentes sanguijuelas culturales, reflexionen a contracorriente sobre este mundo, sin fronteras.

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