La sociedad multiétnica. Los fantasmas de Giovanni Sartori

LOS FANTASMAS DE GIOVANNI SARTORI

La sociedad multiétnica. Pluralismo multiculturalismo y extranjeros.
Giovanni Sartori. Taurus 2001.

Agustín Unzurrunzaga

A pesar del esfuerzo hecho por El País para promocionar este libro de Giovanni Sartori, no creo que ese texto sirva para reflexionar con seriedad sobre los problemas relacionados con el multiculturalismo y la inmigración hacia y en Europa.
No son los únicos temas que se tocan en el libro, pero su carga polémica, lo que se ha utilizado en los comentarios de prensa y en buena parte de las entrevistas realizadas con motivo y a partir de la presentación del libro que el autor hizo en Madrid a principios de esta primavera, se refieren, sobre todo, a las opiniones del autor sobre esas dos grandes cuestiones.
Por lo menos en lo que hace a esos dos grandes temas, es un libro de trazo grueso, de frase lapidaria, de expresiones tan aparentemente provocadoras como faltas de rigor. Y el mismo problema es palpable en las entrevistas publicadas en la prensa. No es que las cuestiones que aborda no tengan interés (la noción de reconocimiento, la integrabilidad en las sociedades europeas de inmigrantes de religión musulmana, los límites de la tolerancia en relación con las minorías “iliberales”, si los Estados liberal democráticos deben ser ciegos respecto de las identidades culturales o étnicas de sus ciudadanos y ciudadanas), tienen mucho. Y porque son temas importantes, conviene discutir sobre ellos razonando, y no utilizando el eslogan y la descalificación sumaria.
Los capítulos tercero y cuarto de la segunda parte del libro, “multiculturalismo y sociedad desmembrada”, lo dedica Sartori a criticar la noción y la política de reconocimiento (1) aplicada por el filósofo y político canadiense Charles Taylor a los problemas del multiculturalismo. Su crítica se centra en un texto de Taylor, un artículo publicado en el libro compilado por Ami Gutman en 1994, “Multiculturalism: Examining the politics of Recognition” (Multiculturalismo: examinando las políticas de reconocimiento). De entrada, resulta cuando menos extraño que la crítica a Taylor se centre sólo en ese texto, cuando su producción literaria sobre esa cuestión es bastante más extensa y compleja.(2) Por otro lado, no resulta fácil reconocer las tesis de Taylor en lo que Sartori critica. La posibilidad apuntada por Taylor de que el no reconocimiento de la situación de determinados grupos sociales pueda comportar opresión, le merece el más profundo de los desprecios. Para él, lo máximo que puede producir es “frustración, depresión e infelicidad”. Debíamos ser unos extraterrestres cuando denunciábamos la opresión que el franquismo inflingía a las nacionalidades del Estado español, por poner un ejemplo. Me parece que el señor Sartori debería saber que esa opresión privaba de libertad, metía en la cárcel o aniquilaba a muchas personas, por utilizar sus propios conceptos para definir la opresión. Algo parecido pasa con la reivindicación de Taylor del respeto a las culturas (lo que, me parece, no impide los juicios transculturales), le sirve a Sartori para calificarlo de relativista absoluto.
El multiculturalismo, según Sartori, no se limita a reconocer, sino a fabricar y multiplicar las diferencias metiéndolas en la cabeza de la gente, transformando en reales unas identidades potenciales y dedicándose a aislarlas y a encerrarlas en sí mismas, arruinando la comunidad pluralista. Quienes lo defienden son unos aguafiestas, inventores y creadores de problemas allí donde no tenía por qué haberlos. El problema es que en esto del multiculturalismo (como en otros muchos ismos), hay de todo, como en botica, y conviene hacer distinciones, sin meter todas las cosas en el mismo saco. Existe un multiculruralismo extremo y antidemocrático, fácilmente perceptible en algunos campus universitarios de los Estados Unidos (3), de la misma manera que algunos universalismos encubren etnocentrismos evidentes o que, como bien señala Marco Martiniello, «… todo reconocimiento simbólico basado en el principio de tolerancia entraña un fuerte poder de exclusión de los individuos y grupos a los que se considera distintos. En efecto, la tolerancia puede adaptarse a un desconocimiento total del otro, de su identidad y su cultura. Seguirá siendo siempre el otro, aunque se tolere su presencia». (4)
¿Tienen las democracias pluralistas que tomar en cuenta que debido a las grandes transformaciones geopolíticas producidas en el mundo, la globalización económica, el aumento de los movimientos migratorios, el despertar de minorías nacionales, las reivindicaciones nacionales de naciones que han sido pisadas durante años, el concepto clásico del Estado-nación homogéneo tiene serios problemas para ser el marco en el que evolucione la política y la vida social en las sociedades modernas? ¿Son suficientes los pilares clásicos de pluralismo político y tolerancia para articular adecuadamente esas sociedades? ¿Son tratables desde la ceguera ante las identidades culturales o étnicas, desde su irrelevancia en la esfera de la política, sólo desde el pluralismo político y la tolerancia? ¿Los problemas con los que se encuentran los canadienses (Quebec, anglófonos y francófonos, primeras naciones, inmigrantes), por citar el país de Charles Taylor, o los que nos encontramos en Euskadi, por poner otro ejemplo, son tratables sólo desde el pluralismo político y la tolerancia? ¿No tenemos que tomar más cosas en consideración para conseguir una regulación democrática de esas y otras sociedades?.
La regulación del pluralismo en las sociedades multiculturales (y hay cada vez más sociedades que pueden y deben ser denominadas así) plantea, a mi juicio, unos desafíos que los filósofos y politólogos que se adscriben a las corrientes ultraliberales no tienen suficientemente en cuenta. El primero, el del reconocimiento de la diversidad de los individuos y de los grupos; el segundo, la construcción de una comunidad política. La defensa de la autonomía individual no es incompatible con el reconocimiento de la pluralidad de identidades culturales y pertenencias. Los individuos pueden sostener, incluso, diversas identidades comunitarias, algo que vemos constantemente en Euskadi, o en Cataluña, por ejemplo, y que tanto las encuestas como las elecciones lo muestran. En cuanto a la construcción de una comunidad política, esencial para el normal y buen funcionamiento de cualquier democracia moderna, depende de cómo se conciba la identidad colectiva. Puede ser concebida poniendo el acento en las semejanzas, buscando la homogeneidad cultural, étnica, lingüística o religiosa. Pero también puede ser concebida tomando en consideración y reconociendo las diferencias, lo que Charles Taylor ha solido denominar «diversidad profunda», poniendo el acento en la asociación. (5)
Giovanni Sartori se adhiere a la tesis de que hay inmigrantes inintegrables en las sociedades liberal democráticas modernas y de que, en consecuencia, hay que impedirles la entrada, o no reconocerles la condición de ciudadanos y ciudadanas, porque van a hacer un uso malo de esa condición. Ese grupo de inmigrantes inintegrables son los que profesan la religión musulmana, que son, a su juicio, las personas más alejadas de la cultura y el sistema de valores y creencias occidentales, unos «contraciudadanos».(6)
De entrada, habría que decir, que la teoría de la inintegrabilidad de determinados colectivos de inmigrantes en las sociedades de Europa occidental es tan vieja como las migraciones modernas, y que, una y otra vez se ha demostrado profundamente falsa.
Hace 125 años, las autoridades francesas y ciertos políticos de ese país consideraban que los inmigrantes suizos eran inintegrables. Pocos años después otros políticos retomaron la cantinela y decían que los inmigrantes belgas eran inintegrables. Luego fueron inintegrables los italianos, más tarde los españoles. Se calificaba a esos inmigrantes europeos de infiltrados, de conformar el ejército del crimen, de perturbadores, de aventureros exóticos, de tener profesiones equívocas, de ser asidua clientela de los juzgados. Se decía que Francia no podía acoger a todos los pobres de los países vecinos, que el país perdería vitalidad, que sus costumbres desaparecerían e incluso su nacionalidad. Ya entonces se hablaba de invasión, de encontrarse sumergidos por una riada de extranjeros, de que si se expulsaba a los extranjeros los franceses en paro tendrían trabajo automáticamente, de establecer tasas para cada emigrante con trabajo en proporción al salario que percibían.(7)
Sartori no dice nada novedoso. Sus posiciones, aunque actualmente se centren en la inmigración que profesa la religión musulmana, tienen una larga historia en Europa. Una historia que, en lo grueso, se ha demostrado profundamente falsa.
Sartori se sitúa en el interior de una cierta corriente de pensamiento que considera que la lejanía cultural de los inmigrantes les impide asimilar nuestras formas de convivencia y les hace cultural y socialmente inintegrables. No es el único. Con diversos matices, polítólogos y juristas como Herrero de Miñón, periodistas y economistas como Joaquín Estefanía, cardenales de la iglesia católica como Biffi, esposas de presidentes de Gobiernos Autónomos como Marta Ferrusola, o políticos jubilados como Heribert Barrera se suelen adherir a esas tesis.
Como, a mi juicio con mucho acierto, recuerda Ignasi Alvarez (8), los inmigrantes son actores sociales y no imbéciles sin juicio aplastados por su tradición cultural, condenados a repetir las alternativas preestablecidas y legitimadas por la tradición cultural en la que se inscriben, las cosas, las realidades, las estrategias de adaptación a los nuevos contextos son sensiblemente más complejas de lo que Sartori y otros dicen.
Como dice el antropólogo Josep Canals, «un habitante de Dakar puede estar más próximo, en su cotidianidad, a un habitante del cinturón urbano barcelonés, que de sus abuelos, que nunca salieron de su poblado a orillas del Casamance. Conviene no olvidar, además, que tales transformaciones llevan un siglo de duración con una clara tendencia a acelerarse»(9). Los inmigrantes, también los de religión musulmana, con todas las variedades de práctica religiosa que nos podamos imaginar, desarrollan estrategias de adaptación en los nuevos contextos sociales a los que se encuentran, combinan valores de la sociedad receptora con otros de su tradición cultural. La cultura de cualquier sociedad se desarrolla en un medio ecológico y social determinado, y los inmigrantes renuevan la suya en un medio que ya es diferente. Puede haber situaciones de aislamiento, incrustación o enquistamiento, pero no son ni obligatorias ni en general las más numerosas(10). Hay otras muchas variantes, y no conviene ser simplista, ni siquiera ante el islam, aunque a algunos medios de comunicación les haga mucha gracia.

(1) Otros autores europeos, como Tzvetan Todorov, han aplicado la noción de reconocimiento al análisis de los problemas relacionados con el racismo:
«Mi existencia (es decir, la imagen de mi yo en la conciencia) no es intrínseca a mis propios ojos, sólo puedo recibir su confirmación del exterior, de los otros: ora de los individuos (el niño descubre su propia existencia al captar la mirada de su madre: soy lo que ella mira), ora de los grupos (soy un alumno, un musulmán, un francés, luego existo). La busqueda del reconocimiento y de la confirmación de nuestro existir no se limita a la infancia, domina al cabo toda la vida social, de un modo infinitamente superior a la búsqueda del placer o al empeño en conseguir beneficios personales; no se trata de un atavismo del que podríamos desprendernos». (El hombre desplazado, pag. 156. Taurus)

(2) Ver, especialmente, Acercar las soledades. Federalismo y nacionalismo en Canadá, Gakoa Liburuak, Tercera Prensa.

(3) Marco Martiniello, Salir de los guetos culturales, Bellaterra.

(4) Marco Martiniello, Idem, pag. 95.

(5) Ignasi Alvarez, Reconocimiento y negociación del pluralismo cultural y nacional.

(6) Entrevista realizada a Sartori en La clave, nº 27, 3 de mayo de 2001.

(7) Philippe Videlier, «Répertoire ancien pour xénophobie moderne», Le Monde Diplomatique, octubre 1993, pag. 16 y 17.

(8) Ignasi Alvarez, «Integración de los inmigrantes y actitudes en la sociedad receptora. ¿Quién tiene que cambiar más?», Ponencia presentada en el Congreso de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, diciembre de 2000.

(9) Josep Canals, Ni tan diferentes, ni tan lejanos. Reflexiones sobre la percepción de la diferencia cultural de los emigrantes no europeos.

(10) Carlos Giménez Romero, «Perfiles del cambio cultural: asimilación, aislamiento, marginación y sincretismo», Serie de artículos publicado en la revista de Cáritas Entre Culturas.

*La revista Página Abierta de julio de 2001, ha dedicado una serie de tres artículos a comentar el libro de Giovanni Sartori, dos de Javier de Lucas y un tercero de José Roldán.

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