Inmigración y pobreza. La espiral de la miseria

Inmigración y Pobreza. La espiral de la miseria

Juan Ariza Martín

Basta con asomarse a cualquier medio de comunicación, cualquier día del año y a cualquier hora, para percatarse de la magnitud de los movimientos migratorios actuales. Muchas personas se asoman diariamente al balcón de la pobreza para divisar horizontes menos sombríos para sus vidas. Sus miradas se dirigen hacia el norte rico, o sea, hacia nosotros, desde cualquier sur, ya sea África, Latinoamérica, el este europeo o Asia, la gente emigra y huye de la pobreza hacia Europa y Norteamérica.
Se calcula que para el 2025 la población mundial llegará a los 7.000 millones de personas, actualmente asciende a unos 6.000. Pero a la vez se da otro fenómeno: ahora el 22% de la población mundial vive en las zonas ricas y el 78% restante en las zonas pobres, para el 2025 la proporción se calcula que será de 17% y 83%, respectivamente. Es decir, la población mundial crece pero lo hace en los países pobres mientras que en los ricos se mantiene o decrece. De manera que la presión por la supervivencia en el sur irá acrecentándose mientras que las poblaciones del norte se harán más viejas. La situación del sur se agrava todavía más si se tiene en cuenta que ese crecimiento de la población va acompañado de un movimiento del campo hacia la ciudad. Así se van formando grandes urbes pobladas por millones de personas con unas condiciones de vida extremadamente míseras.
Que las personas huyan de la pobreza para vivir mejor no es algo nuevo, siempre existieron esos movimientos, pero ahora se dan algunas circunstancias que agravan el asunto, por un lado los inmigrantes llegan a sociedades donde hay desempleo, por otro las diferencias sociales son abismales entre el sur y el norte y sin embargo las distancias son más cortas, la televisión y los modernos medios de comunicación y transporte ponen delante de los ojos de esas personas que malviven en la parte pobre del mundo las mieles de las sociedades avanzadas del norte. Si a ello añadimos las negras perspectivas de mejora que allí se vislumbran, es fácil comprender las razones de esos movimientos inmigratorios que nos llegan.
El asunto se puede ver desde muchos puntos de vista: desde el puro y simple racismo y la más vergonzosa xenofobia, o desde el frío análisis económico, o bien desde una perspectiva de defensa de los más elementales derechos humanos entre los que se encuentra tener una vida mínimamente digna y por tanto buscar el sitio donde eso sea posible, o finalmente desde la idea de que el ser humano es libre para vivir donde le dé la gana sin que nadie tenga el derecho de limitar esa libertad.
Los políticos y productores de pensamiento único de moda se acogen a razones económicas aunque la camuflan con una verborrea humanitaria tan canalla como falsa. La cuestión es simple, saben perfectamente que las poblaciones del norte se hacen viejas y que eso significa un obstáculo al crecimiento económico (menos movilidad laboral, menos ahorro, menos capacidad para acomodarse a los avances tecnológicos, menos iniciativas…), un mayor gasto social (sanidad, pensiones,…), por ello admiten como “rentable” la llegada de gente de fuera, pero de forma controlada, de ahí la necesidad de esas leyes de extranjería que acomoden el proceso a lo estrictamente necesario desde el punto de vida económico. La población inmigrante aporta muchas ventajas a la economía que la recibe: disponibilidad de una mano de obras para aceptar condiciones laborales y de vida peores (salarios, jornada, movilidad, legalidad, etc.) que las que aceptan las poblaciones propias. Sin embargo saben que un número muy elevado de gente sin ese control policial acompasado con las necesidades económicas, daría lugar a un engrosamiento de la marginalidad y de las cargas sociales, que junto al propio desempleo de parte de la población local y las diferencias culturales de unas y otras poblaciones, sería una mezcla explosiva. Esto hace que los partidos políticos mayoritarios de los países del norte no tengan ningún pudor en defender políticas claramente xenófobas enmascaradas en racionalidad económica y política. La población los apoya mayoritariamente. Las poblaciones del norte se muestran sensibleras y caritativas para recaudar fondos para tal o cual catástrofe o cuando el telediario le escupe a la mesa del almuerzo cualquier imagen de la hambruna africana, o para apadrinar algún desheredado del tercer mundo. Sin embargo se cuida mucho de que el problema de esa pobreza se le presente aquí en las calles de nuestras civilizadas sociedades. Nadie quiere relacionar que nuestro bienestar, nuestro consumo de energía y recursos, nuestro abuso del planeta destruyendo las reservas naturales con su depredación o con los residuos que expulsamos, está condicionado a que ellos no pasen el umbral de la miseria. Más de mil millones de personas en el mundo malviven por debajo de los niveles más estrictos de supervivencia, o sea, mueren a cámara lenta. Con el solo hecho de que China e India alcanzaran niveles de consumo similares a los del primer mundo la crisis energética sería crónica. Esos dos ejemplos y otros que podríamos tomar nos muestran cómo es una quimera eso de que el norte desarrollado pretende mejorar el nivel de vida del sur pobre, si ello ocurriera nuestro bienestar descendería bastante y dudo mucho que las clases medias estuvieran dispuestas a eso.
Las almas caritativas del norte rico son muy sensibles, somos muy sensibles, cuando se trata de la ayuda simbólica y puntual pero si alguien cuestiona los modelos de desarrollo económico occidentales y toca, aunque sea levemente, la forma de vida de la gran clase media, entonces se mira para otro lado y se apoya a los partidos que levantan muros de muerte y tragedia sin ningún complejo.
En esa línea se mueve todo el norte, tanto los Estados Unidos como Europa (la Europa rica) levantan muros que en pocos años han causado muchas más muertes que el denostado, y felizmente derruido por cierto, muro de Berlín. El goteo de muerte y de dramas personales y familiares es permanente. El tam-tam cadencioso de los noticiarios nos va dando el parte diario de ahogados, desaparecidos y repatriados a la pobreza. No obstante esas noticias sólo informan de una parte ínfima del problema, nos dan una foto desenfocada en la que sólo se ve la parte más sensacionalista y sanguinolenta del asunto, es lo que más vende. Nada se dice de las razones que empujan a esas personas a lanzarse a una aventura tan arriesgada y costosa, nada se dice tampoco de la relación que hay entre su pobreza y nuestro bienestar, nada de la deuda externa, la globalización de la economía mundial, los movimientos financieros especulativos, el control de los mercados de materias primas, cuestiones todas gestionadas por el norte rico y que afectan directamente a la pobreza y a las perspectivas de salir de ella que hay en el sur. Nada de eso es motivo de reflexión, eso sí, todos se fijan en las mafias, había que buscar un malo y ahí lo tenemos: el mafioso. Pero poco tendrían que hacer esas mafias si no hubiera razones que empujan a la gente hacia el norte y unas barreras que le impiden entrar. El mafioso es un producto natural de esa situación, por tanto de nada sirve perseguir al traficante de personas mientras que existan hechos que avivan ese tráfico, si se detiene a diez mafiosos saldrán otros diez, el negocio sigue estando ahí para explotarlo. Fijarse en ese aspecto y dejar todo lo otro sin denunciar es una muestra más de la estupidez y sumisión de la clase periodística de estas sociedades del norte.
Solo un vistazo por encima al problema de la deuda externa nos da idea de la injusticia que padecen las poblaciones pobres del planeta. La deuda externa arranca de los años 70. Varios factores coincidieron para fomentar un endeudamiento de los países pobres: créditos baratos que provenían de las grandes cantidades de ahorro que se amontonaban en los bancos (eurobancos y petrodólares), buenas perspectivas de poderlo pagar debido a los altos precios y fuerte demanda de las exportaciones, etc. Pero la segunda crisis del petróleo en 1979 metió a los compradores de esas exportaciones en una gran recesión, disminuyeron las compras y la demanda y bajaron los precios al tiempo que la factura del petróleo se multiplicaba por doce en seis años, los tipos de interés subieron siguiendo las directrices y necesidades de algunas economías del norte, como la de EEUU. Eso junto al hecho de que casi todos los préstamos concedidos lo habían sido a interés variable condujo a una brutal multiplicación de la deuda. Los países pobres no podían ni hacer frente al pago de intereses.
La tenaza es brutal: deuda descomunal, precios muy bajos de sus materias primas, poblaciones con muy poca cualificación técnica y formativa, gobernantes extremadamente corruptos y el norte que no perdona. Para poder pagar hay que exportar y reducir el consumo interno de los países, pero reducir el consumo de quien vive en la miseria es una tragedia añadida, además los gastos públicos controlados para no incurrir en déficits excesivos, o sea, la sanidad, la educación, la inversión en infraestructuras mínimas y elementales quedan relegadas a un último plano. La solución a esta ecuación es simple: imposible.
Infinidad de planes para “resolver” la deuda. Más préstamos a cambio de garantía de pago. Esa garantía viene dada por planes de ajuste supervisados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Los préstamos condonados no ascienden ni al 8% del total. Por ejemplo, los grandes inversores institucionales, o sea, los Fondos de Pensiones y de Inversión y las compañías de Seguros, no sólo no perdonan nada de la deuda sino que especulan y mueven sus inversiones en función de la rigidez en el cumplimiento de las directrices de los planes de ajuste. Si algún país se sale de la partitura que desde el norte se le escribe su economía será aún más estrangulada todavía. Estos inversores están siempre vendiendo y comprando para obtener la máxima rentabilidad. Rentabilidad, por cierto, que sirve para que las clases medias del norte, o sea, nosotros, obtengamos buenos rendimientos de nuestros ahorros depositados en planes de pensiones o fondos de inversión.
La llamada globalización conduce a un escenario mundial en el que sólo los más fuertes sobreviven. Los estados hacen como siempre hicieron, estar de lado de los poderosos y a su servicio, liberalizan y privatizan en todas partes a marchas forzadas para facilitar toda esa economía especulativa y depredadora que condena a millones de personas a la miseria y a la muerte, las poblaciones del norte asistimos entre complacidas y adormecidas a ese proceso y por nada del mundo queremos que el detritus de esa forma de organizar el mundo, o sea, los inmigrantes, nos ensucien nuestras limpias y modernas sociedades de consumo. Bien están para darle una limosna pero no para que nos desestabilicen el chiringuito.
En fin, en un mundo donde las 20 empresas mayores tienen más poder que todos los gobiernos juntos, donde el 50% de la población no dispone de energía comercial alguna, mientras que el 22% de esa población despilfarra más del 80% de la producida mundialmente. Mientras que el control de todas las políticas, de los movimientos de capitales, de las inversiones, etc. está en el norte, parece un sangriento sarcasmo tener arrestos todavía para rechazar a la gente que llega de ese sur expoliado.
No es cosa sólo de fascistas o racistas, no es el ultraderechista austríaco el único responsable de la xenofobia europea, no. Las poblaciones del norte, las bien pensantes poblaciones del llamado mundo occidental, de las santas democracias parlamentarias del norte, hemos de reflexionar sobre qué salida les dejamos a esos millones de criaturas con nuestros sistemas políticos y económicos. Quizá esas poblaciones pobres tendrían toda la justificación para venir y ponernos patas arriba todo nuestro insultante bienestar.
Nada parece indicar que en el mundo global en el que vivimos se vaya a arreglar esto, todo lo contrario, se irá agravando más y más. De vez en cuando recibiremos algún aldabonazo que nos recuerde que el 80% del mundo malvive a la par que los más modernos avances científicos y técnicos nos hacen pensar en el norte que vivimos en la mejor de las sociedades. Una vez más cabe esperar que la condición humana no sea tan canalla y reaccionemos algún día. Hay algo de lo que no tengo duda, o reaccionamos los de abajo, la gente corriente, o no hay nada que hacer.
Por tanto la espiral de la miseria no sólo se refiere al círculo vicioso en el que se mueve el sur: pobreza y emigración, que conduce a deuda, y deuda que conduce a más pobreza y marginalidad y por tanto a más emigración. También se refiere a la espiral de la miseria del norte: riqueza y bienestar a costa de otros, que conduce al levantamiento de muros y a la pasividad frente a la tragedia ajena. Miseria moral e ideológica que nos acredita como los nuevos “bárbaros del norte”.

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