Encierro de Sevilla. Al calor del encierro

Al calor del encierro

Peio Aierbe

Hace año y medio, con ocasión del movimiento de encerronas protagonizadas por inmigrantes sin papeles que recorrió un buen número de ciudades, planteamos en Mugak (nº 14) un análisis de las características, puntos fuertes y puntos débiles de dicho movimiento que, a la luz de lo ocurrido en el encierro de Sevilla, creemos que tiene plena validez. Añadiremos aquí algunas cuestiones más.

Un actor político

Es hora de ajustar nuestra visión del inmigrante “sin-papeles” como un actor político y social más. Aunque se halle en una situación de desamparo, ciertamente, que genera en algunos sectores un plus de atención y de solidaridad, totalmente legítimo y que es necesario aprovechar en su favor, el inmigrante “sin-papeles” no es, por definición, alguien que además de padecer unas condiciones extremas de vida, no tenga opiniones formadas, ni experiencia política o sindical, ni organización propia… En el seno de esos colectivos, que ya tienen una presencia numérica considerable, la diversidad es también algo fundamental y en ella encontramos desde luego gentes con ideas, experiencia y militancia política y sindical, en sus propios países o en el nuestro.
Y esto mismo vale para buena parte del movimiento de solidaridad. Los motivos por los que bastante gente desarrolla actividades de solidaridad con las gentes inmigrantes van desde ideas políticas hasta sentimientos religiosos, y se hace muchas veces desde estructuras políticas organizadas, desde estructuras confesionales o simplemente, por libre.
O sea, el escenario político es bastante homologable al de otros escenarios en los que colectivos de trabajadores se movilizan en pro de sus reivindicaciones. Esto viene a cuento de que, como cualquier otra movilización, también las que son protagonizadas por las personas inmigrantes tienen que resolver los problemas fundamentales de cualquier colectivo que pretende llegar a la opinión pública, reclamar solidaridad de la misma y obtener éxitos en la prueba de fuerza que supone su lucha. De cómo resuelva esas cuestiones va a depender, en buena medida, el éxito o fracaso de su movilización.

¿Solidaridad de dirección única?

Quienes se embarcan en una movilización (en este caso tanto los propios inmigrantes como aquellas organizaciones que les sirven de soporte inicial) son muy libres de escoger los apoyos con los que van a llevarla adelante. Dado que son muy pocos los apoyos que no tengan detrás una contrapartida, legítima, sus protagonistas pueden tener fundadas razones para, en función de su estrategia, considerar necesarios unos e innecesarios, e incluso inconvenientes, otros. O pensar en contar de salida con unos apoyos y buscar, en el transcurso de la movilización, otros. Pero cuando se pide apoyos a otras gentes, éstas tienen también pleno derecho, si aceptan participar en la movilización, de dar su opinión, aportar sugerencias y hacer las críticas que vean oportuno.
Conviene, en este sentido, no confundir la legitimidad de las reivindicaciones en presencia (por ejemplo, la exigencia de regularización) con la oportunidad o el acierto de las estrategias que se desplieguen para conseguirlas. Lo primero, no hace automáticamente bueno lo segundo. E incluso un desarrollo desafortunado de la estrategia seguida puede resultar en un retroceso para la reivindicación primera.
Tampoco tiene sentido confundirnos de enemigo. Es un argumento bastante recurrente desde el poder tratar de desacreditar un movimiento con el peregrino argumento de que detrás del mismo hay “estrategias políticas”. Como si quienes se movilizan y quienes les apoyan no tienen el mismo derecho, e incluso necesidad, a hacerlo desde posiciones políticas, de la misma manera que lo hace quien está en el poder (o en la oposición). O como si ello incorporara la idea de estar “manejados”, cosa sorprendente en quienes utilizan sistemáticamente el dinero de los presupuestos públicos para “manejar” a mucha gentes. Que esto se haga desde el poder podemos verlo como algo lógico, o al menos habitual. Que buena parte de los medios de comunicación se haga eco de ello, puede ser menos lógico, pero tampoco deja de ser habitual. El problema aparece cuando caen en ello las gentes, organizaciones políticas, sindicatos y organizaciones de solidaridad que, en principio manifiestan estar del lado de quienes se movilizan. Cuando esto ocurre nos encontramos que buena parte de las energías se dilapidan en combatir a quienes están, o podrían estar, a nuestro lado en vez de empujar todos juntos para echar abajo el muro de intransigencia al que se enfrenta el movimiento.
La elección del momento también merece alguna reflexión. El año pasado, el movimiento de encierros estalla en el momento en que iba a entrar en vigor la nueva Ley de Extranjería que había sido muy cuestionada en la opinión pública, y recoge ese caudal de apoyo crítico en el que se apoya. Esta vez, en cambio, el Gobierno estaba embarcado en la preparación de la Cumbre de Sevilla a la que llevaba una política de enseñar músculo ante la inmigración irregular como imagen de marca ante sus colegas europeos, lo que lleva a pensar que la reacción del mismo fuese particularmente cerrada. Además, los esfuerzos de buena parte del movimiento solidario con el que hubiera sido preciso contar estaban invertidos en la movilización contra dicha Cumbre. Si se va a necesitar luego de esos apoyos solidarios, cosa que parece más que evidente, no parece muy lógico no tener en cuenta este factor ni contar para nada con su opinión poniéndole frente a los hechos consumados. Para remate, las fechas escogidas, comienzos del verano, añade dificultades a la hora de lograr un movimiento de solidaridad, cosa que se pudo comprobar a lo largo del mes de julio.

A la hora del balance

Está claro que el hecho de que una movilización acabe en derrota no significa forzosamente que haya sido erróneo emprenderla. La historia de otros movimientos, como el movimiento obrero, está llena de episodios en los que no ha habido fuerza suficiente para evitar la derrota. Pero para evitar que esa derrota resulte un fracaso y un retroceso para el movimiento es completamente necesario extraer lecciones de la misma. Y quienes mejor lo pueden hacer son aquellas gentes que han participado en la misma, como protagonistas, como organizadores, o como simples apoyos. Todo el que se haya visto involucrado en la misma seguro que tiene algo que decir. Y sería muy útil disponer de tal balance dado que, a diferencia del movimiento de encerronas de hace un año, en este caso el Gobierno se ha sentido con fuerza para tomar la postura de la intransigencia y reprimir la misma, procediendo a la expulsión directa de buena parte de los participantes. Es un final radicalmente distinto a los anteriores. Es preciso alcanzar a saber no sólo por qué ha sido así, sino también por qué ha podido hacerlo con tan poco coste político. Y lo necesitamos porque es seguro que en un futuro cercano volvamos a presenciar escenarios similares. Lo garantiza la magnitud del problema y el gran número de gentes que padecen la decisión del gobierno de negarse a abrir vías de regularización.
Una de las dificultades para que ese balance pueda realizarse, estriba en la situación en la que se encuentra el movimiento de solidaridad. Este movimiento es de una gran heterogeneidad y no sólo es lógico que así sea sino que no sería realista pretender cotas significativas de unidad si tomamos al movimiento en su conjunto. Pero se echa en falta avances significativos entre aquellas organizaciones que cabe pensar que tienen puntos de vista y prácticas bastante homologables. La puesta en pie de plataformas estables de relación serían necesarias para que la heterogeneidad del movimiento supusiera un enriquecimiento a la hora del debate y de trazar líneas de actuación y no su extrema fragmentación. La necesidad de avanzar en este terreno viene marcada por la certeza de que el número de personas a las que se va a negar el acceso a vías de regularización no va a dejar de aumentar en los próximos años y tampoco el número de gentes dispuestas a movilizarse frente a ello. El numeroso grupo de participantes en el encierro de Sevilla es la última muestra de lo que decimos.

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