Menores inmigrantes: Mitos y falsedades

Mitos y falsedades
(sobre menores y jóvenes inmigrantes no acompañados en la calle)

Plataforma Ciutadana en Defensa
dels Menors Inmigrats Desemparats

Muchos medios de comunicación y diversos responsables de la Administración Pública, incluso algunos de los responsables de velar por la protección de la infancia, han difundido tres grandes y falsos mitos respecto a estos menores y jóvenes. El conjunto de estos mitos y falsedades llevan fácilmente a una simplificación de la situación que puede concretarse en la imagen miserabilista de estos menores y jóvenes (como de la pobreza, de los países empobrecidos y de la inmigración en general). Esta imagen acaba siendo predominante y afecta a los criterios de protección, atención y asistencia, pues se acaba considerándolo una víctima a salvar, sin considerarlo actor ni sujeto, de forma que se estigmatiza la imagen y se corre el peligro de perpetuar la situación, de perpetuar la exclusión social.
Uno de estos tres falsos mitos estriba en considerar que se trata de niños de la calle, incluso ya en sus países de origen. Otro falso mito ha sido difundido con profusión mediante una campaña de criminalización de estos menores y jóvenes. Un tercer falso mito ha consistido en considerarlos resistentes o refractarios a la acción educativa.
La mayoría de los menores y jóvenes que llegan a nuestro país no eran niños de la calle en su país de origen, ni tampoco puede considerarse que lo sean en nuestro país. En este extremo coinciden muchos profesionales. Los niños de la calle de estos países se encuentran en una situación tal de deterioro personal que no les permite reunir las condiciones imprescindibles que requiere emprender el difícil camino de la inmigración clandestina.
Durante este camino, desde que salen del hogar familiar, pasando por la espera que comporta el intento de cruzar la frontera y pasando por el recorrido de la geografía estatal española, ya toman contacto y experimentan la vida de la calle. Esta situación la soportan gracias a la ilusión que ponen en su proyecto de vida y en su decisión de emigrar.
Pero es en nuestro país donde, desamparados, no acompañados por un adulto responsable ni bajo la tutela efectiva de ninguna Administración Pública, y sin una Documentación y una regularización legal que les reconozca su identidad, se encuentran en una situación de calle que les lleva a un proceso progresivo de deterioro personal y exclusión social.
La imagen de niño de la calle que manipulan los medios de comunicación, los representantes políticos y la justicia de menores no tiene en cuenta la diversidad de situaciones personales de los menores y jóvenes en esa situación. Son vistos como si formasen un grupo social homogéneo constituido por individuos perfectamente intercambiables. El carácter extremo de los condicionantes de la situación de calle que viven sería el origen de esta homogeneidad y tendrían un efecto de nivelación sobre las trayectorias individuales y la identidad de cada uno.
Como consecuencia, el menor y el joven desamparado y en la calle es percibido como una víctima del medio o como un peligro para el orden público. En los dos casos, es considerado únicamente como un objeto a penalizar, pero nunca como el poseedor de una identidad personal en medio de una cultura específica y con autonomía propia.
En referencia a la criminalización de estos menores y jóvenes, tenemos constancia de que los actos delictivos realizados por menores inmigrantes, de cualquier procedencia, son una minoría (se cifra aproximadamente en el 10%) en relación al conjunto de delitos cometidos por menores en Barcelona.
No obstante, los medios de comunicación en general, acompañados y reforzados por algunas acciones de las Administraciones Públicas, han amplificado y falseado sistemáticamente las situaciones de conflictividad que en ocasiones han protagonizado algunos de estos menores y jóvenes.
Nos encontramos así ante un fenómeno perverso por el cual la negligencia de la Administración Pública en el cumplimiento de sus responsabilidades se combina con intentos por hacer recaer sobre los mismos menores y jóvenes la responsabilidad de su situación. Como decíamos al hablar del falso mito o etiqueta de niño de la calle, el menor y el joven son vistos como un peligro para el orden público y como un objeto a penalizar, sin que se le consideren la identidad y la autonomía propias.
Se dan situaciones paradójicas como el que un menor desamparado (que pernocta en la calle, que no está documentado, que no puede participar en un curso de formación ocupacional, que no ha estado escolarizado siendo menor de 16 años, en definitiva, que no disfruta de sus derechos), infringe la ley y ésta cae sobre él con todo su peso, de forma totalmente eficaz, obligándole a cumplir las penas previstas por la infracción y de forma mucho más dura que a un menor autóctono. Y que después de la estancia en un Centro de Justicia Juvenil, sale a la calle de nuevo, sin haber sido amparado, ni tutelado, ni documentado, y sin disponer de acceso a un centro residencial adecuado, viéndose obligado a volver a vivir en la calle. Hay menores y jóvenes que llevan varios años en la calle, desamparados, que han pasado por diversos centros de la Dirección general de Justicia Juvenil o de la Dirección general de Atención a la infancia sin haber sido tutelados ni documentados.
Ante hechos como éste, recordamos a Glaucia, educadora :

“..Que quien quita al joven el Derecho, quien roba al joven, quien lesiona la consciencia del joven….le quita el Derecho, le quita la Dignidad, le quita el Afecto, le quita todos los derechos que tiene. Lanzan al joven a la basura y después pretenden decir que son los jóvenes los que son marginales”.

Cuando cometen delitos, quizás deberíamos reflexionar, como nos proponía un artículo publicado por la revista La veu del carrer refiriéndose a unos actos de vandalismo realizados por cinco jóvenes y que supusieron la detención de dieciséis:

“estos actos sólo tienen una explicación: rabia, rabia por haber huido de la pobreza para llegar a la miseria, rabia de ver cómo desaparecen las esperanzas, rabia por sentir el rechazo en nuestras miradas, rabia porque Europa no sea la tierra prometida, rabia por no tener a donde huir.”

El otro falso mito de considerarlos resistentes o refractarios a la acción educativa se desmiente con la experiencia de trabajo de los educadores de calle y de los centros abiertos diurnos, así como de los de Atención a la Infancia y de Justicia Juvenil.
Los menores inmigrantes no se consideran a sí mismos como niños, ya eran autónomos en su sociedad de origen, y tienen claras expectativas laborales. Mantienen generalmente su propia identidad, su sentido de la autonomía y su proyecto de vida. Elementos determinantes como la violencia de la vida en la calle, la presión policial, las privaciones materiales y afectivas inciden en el balance global que el menor y el joven hacen tanto al ingresar en un centro como al decidir dejarlo. Este balance no puede ser asimilado sólo a un cálculo, a una racionalización de tipo económico. Tampoco significa que el menor sea completamente autónomo a la hora de establecer su propia experiencia.
La estancia en un centro que no les ofrece posibilidades reales de acceder a su documentación ni a perspectivas de inserción laboral a corto o medio plazo no responde a sus necesidades y se vive como una reclusión, una pérdida de tiempo y, por tanto, rechazada.
En cambio, la experiencia de los centros abiertos diurnos y del centro residencial de Cáritas Diocesana de Barcelona contrasta con la idea de resistencia o refractariedad que defienden los responsables de la atención a la infancia. Los educadores que trabajan en este campo coinciden en destacar el interés que muestran los menores y jóvenes en realizar cursos de formación y de inserción laboral, y la regularidad con que asisten a las actividades.

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